C. Hildebrandt emplaza a la izquierda peruana en "Los Planes de Alan García"
La derecha que perdió todas las guerras, todas las oportunidades de crear justicia y viabilidad social, la derecha que gobernó siempre –con la sola excepción del suspiro de Billinghurst y los siete años de Velasco–, la derecha cuyos ancestros pelearon en contra de la independencia y cuyos abuelos entregaron Lima a la soldadesca chilena, la derecha que se robó el dinero para comprar barcos en plena guerra del Pacífico y remató Arica a precio vil, Leticia por nada, la derecha que festejó todas las masacres contra campesinos y hundió en el oprobio a todos los que en su tiempo fueron reformistas, la derecha que persiguió a los mejores –desde Vallejo a Alegría, pasando por Arguedas y Gustavo Valcárcel– y se unió a los peores, o hizo peores a los que ya eran cavernarios –desde Sánchez Cerro a Odría, pasando por el panzón rosáceo de Benavides–, la derecha que tiene el bolsillo chorreando sangre y, hoy, la labia de Alan García a su servicio, la derecha del contrabando, la evasión fiscal, las conversas con Montesinos para ganar juicios, la derecha prochilena de estos días, en suma, esa derecha quiere erguirse en patrona del pensamiento correcto y llama caviares a quienes no se doblegan ni ante su dinero ni ante su poder mediático. El colmo, esa derecha cree que con lo que evacúan algunos columnistas a su servicio ya ejerce el poder de las ideas y el monopolio de la verdad. Esa derecha analfabeta está segura de que le basta y sobra con el jarabe de lengua de García, el sancochado delirante de algunos comentaristas y la agresividad de los voceros fujimoristas, para ganar en el campo de las ideas.
¿Y qué aporta la derecha de novedad? Absolutamente nada nuevo. Sus ideas las ha huaqueado del latifundismo occiso y son estas: el Estado no debe meterse con la inversión privada excepto para defenderla con las armas, si es necesario; los trabajadores son mano de obra prescindible y no juegan ningún papel decisivo en el proceso de acumulación capitalista; la política exterior debe estar uncida a la de los Estados Unidos; todos los que no opinen así son potencialmente subversivos. Y ese es el mismo libreto, que recitaba, en los años 30 y 40, Víctor Andrés Belaunde, y que hoy maquillan con un vocabulario flamante a os cuatro vientos: le dicen globalización a lo que llamaron panamericanismo (o Alianza para el Progreso); le llaman mundo unipolar al libreto autoritario de la única potencia criminalmente expansionista de nuestros tiempos; le dicen mercado laboral flexible a lo que en tiempos más sinceros se llamaba colchón de desempleados (que sirve para abaratar el salario) y derecho libre de despido; le dicen contratos de estabilidad al saqueo que un ciudadano notoriamente japonés concertó con un puñado de extranjeros avezados (pero no quieren ninguna estabilidad en el empleo); y llaman tasa de crecimiento al promedio de lo que ganan los grandotes, que se encargan luego de que sean las sobras las que “chorreen” (si es que hay sobras).
Todo lo que no está entre estos parámetros es odioso, insurreccional, jurásico, socialistón, caviarón e indeseable. Y la izquierda no responde. No sé ni me importa saber por qué la izquierda no responde. No sé qué hace la izquierda ni dónde está o yace o hiberna. Debe estar pagando culpas, supongo. O viendo, con vergüenza, cómo algunos de sus ayer voceros (ex comunistas, ex vanguardistas, ex trotskistas) se instalan en el sistema de la banalización mundial y reniegan de su pasado al lado de un dry martini en alguna universidad norteamericana de segunda.
Lo único que sé es que esta dictadura mediática que quiere pintarnos a García como el supremo hacedor y a Correa como a un dinosaurio (y a Chávez como a un mafioso y a Evo como un indio tonto) debe ser combatida. Combatida por toda la gente decente con acceso a la prensa. No es posible que el país que produjo a José Carlos Mariátegui acepte hoy que las ideas de Marianito Prado se han vuelto indiscutibles.
Hoy la derecha gobierna con García, reencarnación del Haya del crepúsculo. Eso está bien, así cada uno asume su papel. Pero quienes nos sentimos de centro, quienes creemos que la injusticia produce hambre y senderismos, no debemos seguir callando en nombre de la prudencia o el desarrollo. El plan de García es crear un frente Fuerza Armada-empresarios-engatusados. Es un plan de largo plazo, un sueño de Huaitita que ahora, con el control de los medios de comunicación, parece posible. ¿Cuántos peruanos nos resistiremos a esta monotonía impuesta por el dinero y sus fabricantes de coartadas? Lo sabremos pronto.
La derecha que perdió todas las guerras, todas las oportunidades de crear justicia y viabilidad social, la derecha que gobernó siempre –con la sola excepción del suspiro de Billinghurst y los siete años de Velasco–, la derecha cuyos ancestros pelearon en contra de la independencia y cuyos abuelos entregaron Lima a la soldadesca chilena, la derecha que se robó el dinero para comprar barcos en plena guerra del Pacífico y remató Arica a precio vil, Leticia por nada, la derecha que festejó todas las masacres contra campesinos y hundió en el oprobio a todos los que en su tiempo fueron reformistas, la derecha que persiguió a los mejores –desde Vallejo a Alegría, pasando por Arguedas y Gustavo Valcárcel– y se unió a los peores, o hizo peores a los que ya eran cavernarios –desde Sánchez Cerro a Odría, pasando por el panzón rosáceo de Benavides–, la derecha que tiene el bolsillo chorreando sangre y, hoy, la labia de Alan García a su servicio, la derecha del contrabando, la evasión fiscal, las conversas con Montesinos para ganar juicios, la derecha prochilena de estos días, en suma, esa derecha quiere erguirse en patrona del pensamiento correcto y llama caviares a quienes no se doblegan ni ante su dinero ni ante su poder mediático. El colmo, esa derecha cree que con lo que evacúan algunos columnistas a su servicio ya ejerce el poder de las ideas y el monopolio de la verdad. Esa derecha analfabeta está segura de que le basta y sobra con el jarabe de lengua de García, el sancochado delirante de algunos comentaristas y la agresividad de los voceros fujimoristas, para ganar en el campo de las ideas.
¿Y qué aporta la derecha de novedad? Absolutamente nada nuevo. Sus ideas las ha huaqueado del latifundismo occiso y son estas: el Estado no debe meterse con la inversión privada excepto para defenderla con las armas, si es necesario; los trabajadores son mano de obra prescindible y no juegan ningún papel decisivo en el proceso de acumulación capitalista; la política exterior debe estar uncida a la de los Estados Unidos; todos los que no opinen así son potencialmente subversivos. Y ese es el mismo libreto, que recitaba, en los años 30 y 40, Víctor Andrés Belaunde, y que hoy maquillan con un vocabulario flamante a os cuatro vientos: le dicen globalización a lo que llamaron panamericanismo (o Alianza para el Progreso); le llaman mundo unipolar al libreto autoritario de la única potencia criminalmente expansionista de nuestros tiempos; le dicen mercado laboral flexible a lo que en tiempos más sinceros se llamaba colchón de desempleados (que sirve para abaratar el salario) y derecho libre de despido; le dicen contratos de estabilidad al saqueo que un ciudadano notoriamente japonés concertó con un puñado de extranjeros avezados (pero no quieren ninguna estabilidad en el empleo); y llaman tasa de crecimiento al promedio de lo que ganan los grandotes, que se encargan luego de que sean las sobras las que “chorreen” (si es que hay sobras).
Todo lo que no está entre estos parámetros es odioso, insurreccional, jurásico, socialistón, caviarón e indeseable. Y la izquierda no responde. No sé ni me importa saber por qué la izquierda no responde. No sé qué hace la izquierda ni dónde está o yace o hiberna. Debe estar pagando culpas, supongo. O viendo, con vergüenza, cómo algunos de sus ayer voceros (ex comunistas, ex vanguardistas, ex trotskistas) se instalan en el sistema de la banalización mundial y reniegan de su pasado al lado de un dry martini en alguna universidad norteamericana de segunda.
Lo único que sé es que esta dictadura mediática que quiere pintarnos a García como el supremo hacedor y a Correa como a un dinosaurio (y a Chávez como a un mafioso y a Evo como un indio tonto) debe ser combatida. Combatida por toda la gente decente con acceso a la prensa. No es posible que el país que produjo a José Carlos Mariátegui acepte hoy que las ideas de Marianito Prado se han vuelto indiscutibles.
Hoy la derecha gobierna con García, reencarnación del Haya del crepúsculo. Eso está bien, así cada uno asume su papel. Pero quienes nos sentimos de centro, quienes creemos que la injusticia produce hambre y senderismos, no debemos seguir callando en nombre de la prudencia o el desarrollo. El plan de García es crear un frente Fuerza Armada-empresarios-engatusados. Es un plan de largo plazo, un sueño de Huaitita que ahora, con el control de los medios de comunicación, parece posible. ¿Cuántos peruanos nos resistiremos a esta monotonía impuesta por el dinero y sus fabricantes de coartadas? Lo sabremos pronto.