Salarios ni para la sal
A veces, para entender la realidad hace falta algo de humor negro. Ganarle a los patrones y a los que les defienden desde las armas, las cortes, los altares y los medios de comunicación, es más urgente cuando, como hoy, los gritos no sirven para despertarnos y hundir al sistema. Así, pues, si los comunistas nos dejáramos de bromas, y los humoristas fueran la mitad de serios que pretendemos ser, podríamos hacer juntos el doble de bien con la mitad de esfuerzo para despertar con ironía la conciencia proletaria, que tanto esfuerzo toma propiciar entre quienes sufrimos la tragicomedia que nos toca vivir de por vida como si fuera vida.
Despertemos, pues, llevando hasta sus últimas consecuencias las suposiciones que justifican que la patronal termine la relación cada seis meses, para ver en toda su crudeza el ridículo de suponer posible conseguir aquí trabajo en tres días, o comprar con una remuneración de 500 soles una canasta mínima de 2,500, y encima ahorrar el 30% para arreglárnoslas los otros seis meses “descansando” lo comido hasta el año entrante como las boas, o como si la otra mitad de los trabajadores nos reemplazara, mientras el Estado subsidia nuestro sueño y los vecinos amorosos cuidan de nuestros hijos, hasta verlos partir ya emplumaditos como hacen las aves migratorias, cuando cambia el clima, buscan pareja, o aburridas van en pos de novedades.
Ante este cuadro irreal, cuesta entender por qué los pobres, desprovistos de los medios que los ricos monopolizan, pensamos como si no lo fuéramos, creyendo que basta con no bajar más en la escala social por el momento, o que unos cuantos aumentos pueden librarnos del embargo, la tuberculosis, la marginalidad y la demencia inminentes. Cuesta entender porqué este irreflexivo economicismo inmediatista nos resigna a este círculo vicioso, mientras los ricos, conscientes de la urgencia de sus intereses, no cesan de exigir mayores concesiones al Estado, estafar a los consumidores y explotar a los asalariados, para librarse del horror que ellos mismos desatan, como crisis económicas cada vez más extensas, profundas y frecuentes, en la competencia irracional con la que pretenden quebrarse entre si y adueñarse del mercado.
Asistir, por eso, a las discusiones del Congreso sobre el Proyecto de la Ley General del Trabajo es una buena terapia para despertar de la risa. Los burgueses ( convencidos de que es una lisura imperdonable que una diminuta minoría de trabajadores “privilegiados” conserve aún los restos exiguos de los derechos laborales sobrevivientes al fujimorato ) intentan con lógica sorprendente demostrar que –dado que en 1,990, el 40% de la PEA, 4’000,000 de trabajadores estaba asalariado en el sector privado con vínculo permanente, y hoy sólo lo está el 4%, es decir, 400,000, de una PEA un quinto mayor que hace 17 años- el despido no representa un problema laboral en el país, toda vez que la mayoría no lo tiene, es informal o es precario (!)
¿Qué le espera al obrero de todo este panorama? ¿Llegar por esa ruta a ser dueño de su destino y de los medios con los que produce riquezas que otros se apropian dentro y fuera del país? ¿Nos bastará –como acostumbran los metafísicos y los moralistas- con consolarnos reivindicando “el enorme aguante y reserva espiritual de los pobres”, esa que le falta a quienes nos despojan hasta del derecho a luchar por un mundo al fin pleno de paz e igualdad?
Aceptar que el asalariado peruano es inmune a la miseria, a la rebelión, o a la vergüenza de ser permanentemente calumniado por el empresariado, es tan inaudito como suponer que para desterrar todo problema laboral hay que eliminar a la totalidad de los trabajadores.
Despertemos, pues, llevando hasta sus últimas consecuencias las suposiciones que justifican que la patronal termine la relación cada seis meses, para ver en toda su crudeza el ridículo de suponer posible conseguir aquí trabajo en tres días, o comprar con una remuneración de 500 soles una canasta mínima de 2,500, y encima ahorrar el 30% para arreglárnoslas los otros seis meses “descansando” lo comido hasta el año entrante como las boas, o como si la otra mitad de los trabajadores nos reemplazara, mientras el Estado subsidia nuestro sueño y los vecinos amorosos cuidan de nuestros hijos, hasta verlos partir ya emplumaditos como hacen las aves migratorias, cuando cambia el clima, buscan pareja, o aburridas van en pos de novedades.
Ante este cuadro irreal, cuesta entender por qué los pobres, desprovistos de los medios que los ricos monopolizan, pensamos como si no lo fuéramos, creyendo que basta con no bajar más en la escala social por el momento, o que unos cuantos aumentos pueden librarnos del embargo, la tuberculosis, la marginalidad y la demencia inminentes. Cuesta entender porqué este irreflexivo economicismo inmediatista nos resigna a este círculo vicioso, mientras los ricos, conscientes de la urgencia de sus intereses, no cesan de exigir mayores concesiones al Estado, estafar a los consumidores y explotar a los asalariados, para librarse del horror que ellos mismos desatan, como crisis económicas cada vez más extensas, profundas y frecuentes, en la competencia irracional con la que pretenden quebrarse entre si y adueñarse del mercado.
Asistir, por eso, a las discusiones del Congreso sobre el Proyecto de la Ley General del Trabajo es una buena terapia para despertar de la risa. Los burgueses ( convencidos de que es una lisura imperdonable que una diminuta minoría de trabajadores “privilegiados” conserve aún los restos exiguos de los derechos laborales sobrevivientes al fujimorato ) intentan con lógica sorprendente demostrar que –dado que en 1,990, el 40% de la PEA, 4’000,000 de trabajadores estaba asalariado en el sector privado con vínculo permanente, y hoy sólo lo está el 4%, es decir, 400,000, de una PEA un quinto mayor que hace 17 años- el despido no representa un problema laboral en el país, toda vez que la mayoría no lo tiene, es informal o es precario (!)
¿Qué le espera al obrero de todo este panorama? ¿Llegar por esa ruta a ser dueño de su destino y de los medios con los que produce riquezas que otros se apropian dentro y fuera del país? ¿Nos bastará –como acostumbran los metafísicos y los moralistas- con consolarnos reivindicando “el enorme aguante y reserva espiritual de los pobres”, esa que le falta a quienes nos despojan hasta del derecho a luchar por un mundo al fin pleno de paz e igualdad?
Aceptar que el asalariado peruano es inmune a la miseria, a la rebelión, o a la vergüenza de ser permanentemente calumniado por el empresariado, es tan inaudito como suponer que para desterrar todo problema laboral hay que eliminar a la totalidad de los trabajadores.
Labels: proyecto de ley general del trabajo, salario, salarios peruanos
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