¿Salvar al Euro o al Dólar para Salvar el Mercado Mundial?
Por Facundo Bazán
Mientras hoy se anunciaba en la zona euro el repunte industrial experimentado respecto del año y del anteaño pasados, el Euro marcó un máximo de 1,5514 dólares, empujando a foro el efímero optimismo generado por los anuncios de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Suiza, para mitigar la falta de liquidez en los mercados financieros, provocada por el estrepitoso desplome del sistema, la imparable caída del dólar y el alza constante del petróleo y del oro.
El que haya sido precisamente el Gobierno de los Estados Unidos quien informara acerca de la brecha entre el incremento de los suministros y la caída de la demanda, deja al desnudo la desconexión entre los fundamentos del suministro y el precio y la demanda, sólo explicable por una especulación provocada por agentes nada fiables dentro del propio mercado energético norteamericano.
La especulación y el escepticismo reflejados en los pronósticos a largo plazo sobre la posibilidad de seguir esperando que el precio de los combustibles se estabilice mientras se sigue inyectando más liquidez desde el Banco de Reserva, para evitar la inflación y la contracción comercial que arrastrarían a la depresión a la industria norteamericana y mundial, es la evidencia de un problema que no depende resolver a los agentes económicos norteamericanos ni a los miembros de la OPEP, sino a los europeos en repunte. Así lo ha dejado entrever Jean-Claude Trichet quien, pese a los recientes escándalos financieros europeos y encomiando la credibilidad del BCE, destaca el rol protector del euro para controlar la incertidumbre que actualmente provoca la turbulencia inflacionaria que los mercados norteamericanos proyectan al mundo entero.
El que las autoridades responsables de las políticas cambiarias en los Estados Unidos insistan en salvar la fortaleza del dólar a cualquier precio no hace sino agregar indeseables movimientos en los tipos de cambio, la inversión, el empleo y la capacidad de consumo, que los europeos aborrecen. En realidad el sistema se encuentra desarmado para evitar que una nueva crisis del petróleo tire hacia arriba de las materias primas, los costes de producción y los precios, achicando la inversión y el tamaño del consumo de productos industriales, agropecuarios y de servicios, lo que abriría la escalada por aumento de salarios, caldo de cultivo para la lucha de clases entre el socialismo radical y el fascismo reaccionario.
Finalmente, el que el oro haya tocado la cota de 1.000 dólares por onza en medio del desplome de los sectores inmobiliario, financiero, energético, monetario y de seguros, y que se perfile a los 1,200 dólares, ratifica la incertidumbre que la economía estadounidense genera.
El que haya sido precisamente el Gobierno de los Estados Unidos quien informara acerca de la brecha entre el incremento de los suministros y la caída de la demanda, deja al desnudo la desconexión entre los fundamentos del suministro y el precio y la demanda, sólo explicable por una especulación provocada por agentes nada fiables dentro del propio mercado energético norteamericano.
La especulación y el escepticismo reflejados en los pronósticos a largo plazo sobre la posibilidad de seguir esperando que el precio de los combustibles se estabilice mientras se sigue inyectando más liquidez desde el Banco de Reserva, para evitar la inflación y la contracción comercial que arrastrarían a la depresión a la industria norteamericana y mundial, es la evidencia de un problema que no depende resolver a los agentes económicos norteamericanos ni a los miembros de la OPEP, sino a los europeos en repunte. Así lo ha dejado entrever Jean-Claude Trichet quien, pese a los recientes escándalos financieros europeos y encomiando la credibilidad del BCE, destaca el rol protector del euro para controlar la incertidumbre que actualmente provoca la turbulencia inflacionaria que los mercados norteamericanos proyectan al mundo entero.
El que las autoridades responsables de las políticas cambiarias en los Estados Unidos insistan en salvar la fortaleza del dólar a cualquier precio no hace sino agregar indeseables movimientos en los tipos de cambio, la inversión, el empleo y la capacidad de consumo, que los europeos aborrecen. En realidad el sistema se encuentra desarmado para evitar que una nueva crisis del petróleo tire hacia arriba de las materias primas, los costes de producción y los precios, achicando la inversión y el tamaño del consumo de productos industriales, agropecuarios y de servicios, lo que abriría la escalada por aumento de salarios, caldo de cultivo para la lucha de clases entre el socialismo radical y el fascismo reaccionario.
Finalmente, el que el oro haya tocado la cota de 1.000 dólares por onza en medio del desplome de los sectores inmobiliario, financiero, energético, monetario y de seguros, y que se perfile a los 1,200 dólares, ratifica la incertidumbre que la economía estadounidense genera.
La única posibilidad para bajar el precio del oro es subir el dólar, pero eso sólo será posible si el propio Banco Central Europeo corrige los tipos y las tasas de interés, cosa a la que se resiste porque tiraría del Euro hacia abajo para salvar la parte del mercado que gira alrededor de USA, cosa que los norteamericanos usan a sabiendas de que ninguna economía de bloque existente o sobreviniente será capaz de reemplazarlos a corto plazo para estimular la producción mundial.
¿Se sacrificarán las partes emergentes para salvar a la más caduca de ellas, aunque sepan que sólo es provisionalmente un eje condenado a fenecer a la corta o a la larga?
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