Historia del cambio, la escritura, la contabilidad y la moneda
Por Facundo Bazán
Derivado de un trabajo cada vez más socialmente organizado pero de una acumulación cada vez más familiar o privada, el intercambio aplazó el vacío existente en la distribución de los bienes derivados del trabajo territorialmente circunscrito, incluidos los instrumentos que sirven para realizarlo, a favor de fórmulas convencionales de valorización y equiparación social estandarizada de los bienes.
Cambiar un bien por otro supone, por un lado, admitir –paradojalmente- su carencia, como consecuencia –precisamente- provocada por la división del trabajo, usada para aumentar la producción y la productividad sociales; y por otro, asumir que bajo ciertas pautas y condiciones de ritualidad y reciprocidad básicas, es posible intercambiar bienes de calidades y cantidades distintas, equiparando sus equivalencias, bajo criterios de objetividad históricamente ensayados ( utilidad, escasez, durabilidad, portabilidad, ritualidad, etc.), para explicar y superar los problemas expresados en modalidades de concreción particular, debajo de las cuales se advierte, sin embargo, la emergencia de lo justo o lo debido como búsqueda universal, dentro y fuera de las comunidades sociales.
A la luz de los materiales disciplinares ahora disponibles es posible eludir los problemas derivados de las generalizaciones prematuras y rodeos deductivos en que invariablemente incurrieron los paladines de la Economía Política.
Reconstruir y reproducir –por inducción- la tabla que explica la unidad de lo diverso y explicita la continuidad de lo discontinuo bajo el proceso de transformaciones universales que nos conducen desde unidades familiares productoras independiente a otras más cívicas, nacionales o globalmente interdependientes ( sobre bases cada vez menos personales ) supone poder hacer patente el modo histórico en que el aumento general de bienes disponibles para el consumo y el intercambio resulta en una participación públicamente inversa a la legítima expectativa de satisfacción con que los productores realizan los bienes necesarios para el consumo o para el intercambio, de modo tal que este traiciona el propósito conmutativo o correctivo de sus orígenes, tendiendo a reproducir inversa y geométricamente el carácter restrictivo, asimétrico y fetichista de la acumulación, contraria a la finalidad original de la producción social como expectativa de satisfacción de quienes necesitan los bienes que producen y los bienes con los que producen para no sucumbir.
Esta reflexión nos lleva a intentar ordenar provisionalmente las prácticas de algunos pueblos para mostrar el modo en que lo hecho aquí y allá compone el rompecabezas que muestra el modo concreto en que se fue completando la inversión del proceso conmutativo.
Así, se sabe que en Mesopotamia existió una suerte de depósito oficial de intercambio social. Dentro de los templos ( para superar las dificultades derivadas de la escasez singular y de las dificultades subjetivas para conciliar las formas de valuación en conflicto ) las familias depositaban ritualmente -previa contabilización sacerdotal- una masa de ciertos productos, a cambio de los cuales, a solicitud, recibirían más tarde otros equivalentes, de acuerdo a una tabla oficialmente establecida entre la cantidad y la calidad de productos inicialmente depositados, la equivalencia de los productos requeridos y, finalmente, los productos dados en cambio hasta por el total del depósito inicial del solicitante, a la luz del valor total asignado a las masas depositadas oficialmente sólo por los sacerdotes que llevaban la contabilidad general de todo lo producido y necesitado en el imperio. Más tarde, la unidad monetaria era el centeno, y más tarde la plata. Esto no significa, como acabamos de decir, que en los intercambios concretos la gente cambiara distintas mercaderías por unidades de centeno o de plata, sino que estos eran los patrones de valor en relación a los cuales podía expresarse la masa de riqueza de las familias aportantes, y por ende el valor de todas y cada una de las mercaderías disponibles para el intercambio. Este sistema se traduce también en los tambos del incario que, como depósitos sociales, recibían y contabilizaban con quipus familiares los volúmenes de producción de las distintas familias, a cambio de los cuales cada una recibía su equivalente en spóndilyus de monopolio imperial, a cambio del cual posteriormente podrían acceder por cuentas o abalorios a la distribución del equivalente de otros productos que les fueran necesarios.
En ese mismo sentido, los descubrimientos realizados respecto de una serie de aspectos ignorados de las primeras civilizaciones del Indo, Egipto y el Egeo, sirven para constatar el modo en que la profusa división del trabajo usada en el cultivo de los cereales, determinó la aparición de la escritura como método contable previo al uso de instrumentos monetarios más complejos. Emergen, así, del pasado hasta 50,000 tipos distintos de dinero primitivo : conchas spondylus en el antiguo Perú, ganado en el Alto Nilo y en Grecia, cobres y mantas en algunas tribus norteamericanas o polinésicas, piedras en Yap o en las islas Carolinas en el Pacífico.
En ciertos pueblos arcaicos de hoy en el África occidental y el Congo, la Melanesia y la Micronesia, no contaminados por la práctica occidental, la utilización de algún tipo de sistema monetario está bastante extendido y avanzado. Algunos objetos revestidos de cierta importancia social, son mantenidos dentro de un monopolio ritual, como símbolos que evidencian la riqueza y el poder o el prestigio de quienes los poseen en rango. Y puesto que son intercambiados solemnemente tienden a ser equiparados y homólogados en la forma de alguna moneda concreta.
En algunas islas Malasias los nativos usan de modo obligatorio un doble sistema de valor. Las conchas sirven para contabilizar el valor de la masa de bienes disponibles aportados familiarmente a la comunidad, evidencia de su jerarquía dentro del clan o la tribu, pero a la hora de intercambiar los productos entre las partes y establecer su equivalencia se usan los dientes de perro como representación del circulante de la masa intangible representada por las conchas.
En ciertas comunidades del Congo, el patrimonio nupcial a pagar simbólicamente por cada esposa es la rafia, que todas las mujeres de todas las familias tejen intensamente bajo la supervisión de los maridos, de cuya cuantía –directamente proporcional al número de hábiles tejedoras- dependerá la masa total de su fortuna, y de la que disponen para intercambiar por otros bienes o más esposas especializadas. Todo bien es objeto de intercambio evaluando cuántas unidades de rafia corresponden. La tela no interviene como mercadería concreta, sino como patrón de valor. Estos pueblos hacen uso de unidades monetarias abstractas, en alusión al patrón de acumulación o de riqueza social.
Durante cierto período que coincide con el inicio de la Edad del Bronce, en el período que va del IX al IV a.J.C., para las culturas europeas y del Oriente Próximo, el drástico aumento de la población en Irán e Irak actuales determinó la especialización artesana y el inicio del comercio a gran escala a largas distancias. Esta explosión económica estuvo aparejada a la aparición de un complejo sistema de contabilidad a base de fichas de barro -representativas de diferentes clases de mercaderías de diferente valor numérico- o bullae, guardadas en depósitos esféricos de arcilla sellada en el exterior, La aparición de las bullae representa un cambio cualitativo importante. Podemos interpretar el hecho de que las fichas estuviesen juntas y cerradas en un sobre de arcilla, como indicación que tales fichas eran representativas de una determinada transacción efectuada entre dos personas de fortuna distinta.
El hecho de que muchas de las bullae descubiertas hasta el presente, lleven dos sellos distintos, apoya esta interpretación. Si esto fuera así, las bullae no serían otra cosa que lo que hemos denominado documento- monetario : un documento que media y registra una transacción mercantil elemental efectuada. Probablemente, además, estas bullae podían ser compensadas internamente, porque sabemos que los templos mesopotámicos desarrollaban, ya en esta época, funciones bancarias y administrativas complejas. Las bullae, pues, cumplían al mismo tiempo las funciones de lo que hoy llamaríamos factura aceptada y cheque extendido por el cliente. Mas adelante, las bullae se transformaron en las tablillas cuneiformes. Las fichas cerradas en el interior del sobre de arcilla pasaron a representarse gráficamente en el exterior. La contabilidad oficial de los bienes disponibles para el intercambio es el origen probable de la escritura y de la moneda.
Derivado de un trabajo cada vez más socialmente organizado pero de una acumulación cada vez más familiar o privada, el intercambio aplazó el vacío existente en la distribución de los bienes derivados del trabajo territorialmente circunscrito, incluidos los instrumentos que sirven para realizarlo, a favor de fórmulas convencionales de valorización y equiparación social estandarizada de los bienes.
Cambiar un bien por otro supone, por un lado, admitir –paradojalmente- su carencia, como consecuencia –precisamente- provocada por la división del trabajo, usada para aumentar la producción y la productividad sociales; y por otro, asumir que bajo ciertas pautas y condiciones de ritualidad y reciprocidad básicas, es posible intercambiar bienes de calidades y cantidades distintas, equiparando sus equivalencias, bajo criterios de objetividad históricamente ensayados ( utilidad, escasez, durabilidad, portabilidad, ritualidad, etc.), para explicar y superar los problemas expresados en modalidades de concreción particular, debajo de las cuales se advierte, sin embargo, la emergencia de lo justo o lo debido como búsqueda universal, dentro y fuera de las comunidades sociales.
A la luz de los materiales disciplinares ahora disponibles es posible eludir los problemas derivados de las generalizaciones prematuras y rodeos deductivos en que invariablemente incurrieron los paladines de la Economía Política.
Reconstruir y reproducir –por inducción- la tabla que explica la unidad de lo diverso y explicita la continuidad de lo discontinuo bajo el proceso de transformaciones universales que nos conducen desde unidades familiares productoras independiente a otras más cívicas, nacionales o globalmente interdependientes ( sobre bases cada vez menos personales ) supone poder hacer patente el modo histórico en que el aumento general de bienes disponibles para el consumo y el intercambio resulta en una participación públicamente inversa a la legítima expectativa de satisfacción con que los productores realizan los bienes necesarios para el consumo o para el intercambio, de modo tal que este traiciona el propósito conmutativo o correctivo de sus orígenes, tendiendo a reproducir inversa y geométricamente el carácter restrictivo, asimétrico y fetichista de la acumulación, contraria a la finalidad original de la producción social como expectativa de satisfacción de quienes necesitan los bienes que producen y los bienes con los que producen para no sucumbir.
Esta reflexión nos lleva a intentar ordenar provisionalmente las prácticas de algunos pueblos para mostrar el modo en que lo hecho aquí y allá compone el rompecabezas que muestra el modo concreto en que se fue completando la inversión del proceso conmutativo.
Así, se sabe que en Mesopotamia existió una suerte de depósito oficial de intercambio social. Dentro de los templos ( para superar las dificultades derivadas de la escasez singular y de las dificultades subjetivas para conciliar las formas de valuación en conflicto ) las familias depositaban ritualmente -previa contabilización sacerdotal- una masa de ciertos productos, a cambio de los cuales, a solicitud, recibirían más tarde otros equivalentes, de acuerdo a una tabla oficialmente establecida entre la cantidad y la calidad de productos inicialmente depositados, la equivalencia de los productos requeridos y, finalmente, los productos dados en cambio hasta por el total del depósito inicial del solicitante, a la luz del valor total asignado a las masas depositadas oficialmente sólo por los sacerdotes que llevaban la contabilidad general de todo lo producido y necesitado en el imperio. Más tarde, la unidad monetaria era el centeno, y más tarde la plata. Esto no significa, como acabamos de decir, que en los intercambios concretos la gente cambiara distintas mercaderías por unidades de centeno o de plata, sino que estos eran los patrones de valor en relación a los cuales podía expresarse la masa de riqueza de las familias aportantes, y por ende el valor de todas y cada una de las mercaderías disponibles para el intercambio. Este sistema se traduce también en los tambos del incario que, como depósitos sociales, recibían y contabilizaban con quipus familiares los volúmenes de producción de las distintas familias, a cambio de los cuales cada una recibía su equivalente en spóndilyus de monopolio imperial, a cambio del cual posteriormente podrían acceder por cuentas o abalorios a la distribución del equivalente de otros productos que les fueran necesarios.
En ese mismo sentido, los descubrimientos realizados respecto de una serie de aspectos ignorados de las primeras civilizaciones del Indo, Egipto y el Egeo, sirven para constatar el modo en que la profusa división del trabajo usada en el cultivo de los cereales, determinó la aparición de la escritura como método contable previo al uso de instrumentos monetarios más complejos. Emergen, así, del pasado hasta 50,000 tipos distintos de dinero primitivo : conchas spondylus en el antiguo Perú, ganado en el Alto Nilo y en Grecia, cobres y mantas en algunas tribus norteamericanas o polinésicas, piedras en Yap o en las islas Carolinas en el Pacífico.
En ciertos pueblos arcaicos de hoy en el África occidental y el Congo, la Melanesia y la Micronesia, no contaminados por la práctica occidental, la utilización de algún tipo de sistema monetario está bastante extendido y avanzado. Algunos objetos revestidos de cierta importancia social, son mantenidos dentro de un monopolio ritual, como símbolos que evidencian la riqueza y el poder o el prestigio de quienes los poseen en rango. Y puesto que son intercambiados solemnemente tienden a ser equiparados y homólogados en la forma de alguna moneda concreta.
En algunas islas Malasias los nativos usan de modo obligatorio un doble sistema de valor. Las conchas sirven para contabilizar el valor de la masa de bienes disponibles aportados familiarmente a la comunidad, evidencia de su jerarquía dentro del clan o la tribu, pero a la hora de intercambiar los productos entre las partes y establecer su equivalencia se usan los dientes de perro como representación del circulante de la masa intangible representada por las conchas.
En ciertas comunidades del Congo, el patrimonio nupcial a pagar simbólicamente por cada esposa es la rafia, que todas las mujeres de todas las familias tejen intensamente bajo la supervisión de los maridos, de cuya cuantía –directamente proporcional al número de hábiles tejedoras- dependerá la masa total de su fortuna, y de la que disponen para intercambiar por otros bienes o más esposas especializadas. Todo bien es objeto de intercambio evaluando cuántas unidades de rafia corresponden. La tela no interviene como mercadería concreta, sino como patrón de valor. Estos pueblos hacen uso de unidades monetarias abstractas, en alusión al patrón de acumulación o de riqueza social.
Durante cierto período que coincide con el inicio de la Edad del Bronce, en el período que va del IX al IV a.J.C., para las culturas europeas y del Oriente Próximo, el drástico aumento de la población en Irán e Irak actuales determinó la especialización artesana y el inicio del comercio a gran escala a largas distancias. Esta explosión económica estuvo aparejada a la aparición de un complejo sistema de contabilidad a base de fichas de barro -representativas de diferentes clases de mercaderías de diferente valor numérico- o bullae, guardadas en depósitos esféricos de arcilla sellada en el exterior, La aparición de las bullae representa un cambio cualitativo importante. Podemos interpretar el hecho de que las fichas estuviesen juntas y cerradas en un sobre de arcilla, como indicación que tales fichas eran representativas de una determinada transacción efectuada entre dos personas de fortuna distinta.
El hecho de que muchas de las bullae descubiertas hasta el presente, lleven dos sellos distintos, apoya esta interpretación. Si esto fuera así, las bullae no serían otra cosa que lo que hemos denominado documento- monetario : un documento que media y registra una transacción mercantil elemental efectuada. Probablemente, además, estas bullae podían ser compensadas internamente, porque sabemos que los templos mesopotámicos desarrollaban, ya en esta época, funciones bancarias y administrativas complejas. Las bullae, pues, cumplían al mismo tiempo las funciones de lo que hoy llamaríamos factura aceptada y cheque extendido por el cliente. Mas adelante, las bullae se transformaron en las tablillas cuneiformes. Las fichas cerradas en el interior del sobre de arcilla pasaron a representarse gráficamente en el exterior. La contabilidad oficial de los bienes disponibles para el intercambio es el origen probable de la escritura y de la moneda.
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