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Wednesday, January 02, 2008

Capitalismo : sistema intencionalmente asesino

Por Facundo Bazán

La casi totalidad de animales mata por razones obvias, porque tienen hambre, porque se sienten amenazados, por la defensa de un cierto territorio o status reproductor; o se mata a sí mismo, en lo que se denomina apoptosis, o forma en que cada célula o individuo está de algún modo predeterminado o determinado, bajo ciertas circunstancias, para provocar su propia muerte, como una suerte de suicidio para no provocar efectos nocivos en el tejido u órgano al cual pertenecen. Retóricamente, diríase una forma de "sacrificio” de origen molecular, dada la tendencia animal a estabilizar el sistema de la especie (mientras ciertos humanos tenderían por razones morales a sacrificar al colectivo para priorizar sus motivos individuales), con comportamientos auto-limitados, actualmente atribuibles a la paradoja del genoma considerado como la evidencia de una viejísima herencia dominada, por un lado, por la indeterminación y el cambio a nivel de masa viva y, por el otro, a la determinación que provoca el conjunto del mapa genético de cada especie, que busca estabilizarse a sí misma.

El genoma posee gran cantidad de genes en común a las distintas especies; algunos marcan diferencias físicas, conductuales y funcionales. Estas últimas pueden ser modificadas en ciertas condiciones por las necesidades que provoca el medio ambiente a lo largo del tiempo, no en la forma simplista de una relación causa-efecto, inmediata y mecánica, como en la controversia entre Lisenko y Lamark, sino filogénicamente, durante la evolución de cada especie, habida cuenta de que, inversamente a lo que se suponía, el núcleo celular no es una fortaleza hermética e inexpugnable, y existe, bajo las condiciones de una cierta resistencia o selectividad, un fluido intercambio de información y retroalimentación comunicacional molecular entre el medio extracelular, el citoplasma y el núcleo, lo que permitiría afirmar que en realidad los genes se comunicarían de modo mediado con las distintas esferas inclusas del medio, siendo influidos y estimulados por éste, sea intracelular, extracelular o ambientalmente, provocando respuestas y modificaciones proteicas, ignoradas antes.

Aunque aún desconocemos la mayoría de los códigos naturales que rigen las formas de conducta, basados presumiblemente en el principio según el cual "en cada ecosistema nadie quiere matar, pero todos quieren sobrevivir”, es evidente que los seres humanos tenemos la tendencia a hominizar a todo lo demás emitiendo juicios de valor antropocéntrico en la interpretación de las conductas de los animales. El que compartamos con ellos una enorme masa genómica no los identifica a ellos con nosotros, quienes somos capaces de felonía, ferocidad y crueldad, sin motivo.

Es curioso que este material genético compartido determine conductas tan inversas en seres tan simbólicamente antagónicos como el lobo y la paloma; así, cuando dos lobos se disputan la supremacía, el vencedor deja retirarse dignamente a su contrincante, en tanto las aparentemente mansas palomas, en la misma situación, encarnizadamente no se detienen hasta literalmente destrozarlo a picotazo limpio. Cuando se trata de la interrelación entre el victimario predador y una comunidad de víctimas, las gacelas conceden a su perseguidor, una que corre en sentido contrario, para atraerlo, en una suerte de “auto-inmolación", que salva al rebaño, en forma de macro-apoptosis animal, ajena a cualquier presunta nobleza de sentimientos. En el mismo sentido la especie débil manda a un “probador” o vigía a la riesgosa tarea de determinar la seguridad del hábitat a ser ocupado.

Puro instinto de sobrevivencia o maldad y bondad de las conductas son pulsiones de data absolutamente diversa, la una tiene tres millones de años, la otra…apenas diez mil. Por eso la muerte por hambre de 100.000 personas cada día no puede ser juzgada como la muestra de una inocente conducta animal. En el orden humano, el sistema mundial tan pletórico de riquezas mal habidas y mal distribuidas no asesina por necesidad sino precisamente sin ella. La muerte a esa escala es una fatalidad cuando la causa la naturaleza; pero cuando miles de niños, ancianos, mujeres y adultos mueren diariamente en medio de la guerra y del hambre, no puede decirse que no es asesinado, incluso por la indiferencia de los que miran sin hacer nada para evitarlo.. El orden mundial capitalista no es sólo asesino, sino absurdo, porque ha dejado de ser históricamente necesario, por eso representa al mal que sobrevive porque no hemos organizado aún su destrucción consciente y su superación consistente.

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