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Tuesday, September 05, 2006

La clase obrera y su protagonismo histórico

Algunos intelectualoides y ciertos sindicalistas, copiando teorías ajenas al punto de vista obrero, creen ya innecesaria la construcción de partidos obreros –en y desde los sectores estratégicos de la producción–, afirmando que los cambios tecnológicos recientes imponen la “des-estructuración" obrero-industrial, y la “tercerización" y precarización que disuelve la conciencia obrera, restándole su liderazgo por el socialismo. Así, según esta concepción la clase obrera no quiere luchar cuando las condiciones de vida son buenas, y no puede cuando son malas, en tanto visiblemente pancista, acomodaticia y cobarde. Cierto, la recesión y la precarización añaden dificultades adicionales al trabajo político en el seno obrero, pero no más que el que crean : 1) el espontaneísmo, que sostiene que todo movimiento popular es por sí mismo revolucionario; 2) el economicismo, que reduce todo a un asunto puramente reivindicativo y “apolítico”; 3) el reformismo, orgulloso de ser un “concertador responsable para la viabilidad nacional”; y 4) el oportunismo, que se sube al carro de cualquiera.

Pero, es verdad que la clase obrera ha muerto? La clase obrera, columna vertebral de la economía capitalista, independientemente de sus condiciones laborales, sigue siendo el 75% de la población económicamente activa mundial, en tanto que las relaciones de producción siguen basándose en la compra de trabajo a cambio de un salario –a jornada fija o a destajo, bajo dependencia, “tercerización” o "autonomía", a favor de empresas grandes o pequeñas, nacionales o transnacionales– invariablemente encubridor del trabajo no remunerado o plusvalía. La cacareada disminución de obreros por unidad productiva no es nueva, fue prevista por Marx, y resulta de la maquinización, la sectorización y la integración mundial de los mercados. Así, del mismo modo en que el carácter “forzoso” del paro laboral y el carácter "forzado" del trabajo asalariado siguen siendo los fenómenos a partir de los cuales el obrero toma conciencia de sus intereses, en el curso de la lucha por pan y poder, del mismo modo el reforzamiento de las ilusiones arribistas en el sistema mediatizan pero no extinguen la conciencia de clase, y el empeoramiento de las condiciones laborales no cualifica por sí mismo las luchas populares.

Ni los trabajadores ni el proletariado ni la clase obrera han muerto. El día que las máquinas nos reemplacen definitivamente será porque habrá triunfado el socialismo mundial. A él no se irá, pues, por la “bronca acumulada” sino por la ruta revolucionaria de un partido obrero socialista que, firmemente construido en los sectores estratégicos de la producción, movilice a las demás clases tras un Programa de Transición. Por eso, la oleada huelguística mundial habla de una potencialidad obrera intacta, pero también de su insuficiencia para vencer por sí misma las concepciones, métodos y estilos que le impiden recuperar su protagonismo e iniciativa por construir poder popular y cambiar la historia. Las anteriores conquistas obreras pretendieron posible una sociedad de pleno empleo en medio de la tecnificación capitalista acelerada, pero hoy es inocultable que la productividad no evita las crisis ni las guerras ni la pobreza, sino al contrario. Expliquemos al proletariado que nada hay más seguro que la derrota estratégica del capitalismo.

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