Revolución Permanente, nacionalismo y globalización
Léon Trotsky hizo de la Teoría de la Revolución Permanente la táctica al socialismo en los países atrasados, autocráticos y colonizados. A partir de la famosa afirmación de Marx, propuso -camino a la fallida Revolución Rusa de 1905, y a consecuencia de ella- en "Resultados y Perspectivas de Nuestra Revolución” que la dominación política del proletariado era incompatible con su esclavitud económica.
Sostuvo que el tardío desarrollo capitalista ruso no produjo -como en Europa- una burguesía verdaderamente comprometida con el derrocamiento de la feudalidad. Lenin convino en que la dirección de esta lucha, democrática por su contenido, pluriclasista por su composición, pero socialista por su perspectiva y dirección, correspondería a la poco numerosa clase obrera Rusa. Defendieron que los obreros -una vez se deshicieran del viejo régimen- tomarían el mando en la producción económica y jurídica de la república para defender su victoria. La revolución empezaría como pugna democratizadora, y continuaría como lucha permanente por el socialismo y durante él.
La modernización en las tardías y brutales condiciones de Rusia sólo podía ser el indefinible preludio de un proceso indefendible por sí mismo. Por eso, su ligazón con la victoria obrera haría expansible el proceso -a partir de Rusia- a los hermanos atrapados artificiosamente en el damero jurisdiccional y territorial de los Estados-Nacionales. El problema capital en el intervalo era y sigue siendo el de la "direccionalidad" y el de la propia "durabilidad" del proceso. Marx postuló en Francia la misma estrategia que los obreros defendieron por toda Europa a través de las revoluciones que van de 1848 a 1872.
En las dos primeras décadas del siglo XX una oleada de huelgas derrumbó al zarismo para inmediatamente –con el inestable intervalo kerenskiano- entregar el poder político, económico y militar al control obrero, mientras los campesinos pobres resolvían a su favor el asunto de la concentración de la propiedad agraria, y las diversas nacionalidades sellaban con la república federal su compromiso unitario hacia el socialismo en torno al partido obrero socialista.
El ejemplo ruso inspiró a los socialistas, a los obreros y a los soldados por el mundo entero, a derrocar al Kaiser alemán en 1918, al Emperador Chino en 1919 y a la oligarquía mexicana en 1917, confirmando la Teoría de la Revolución Permanente y abriendo un período proletario revolucionario por toda Europa, Asia, Norteamérica y Canadá. Pero la ofensiva nacionalista de la burguesía en entreguerras convenció a los stalinistas en la Tercera Internacional que las condiciones eran prematuras para el socialismo mundial, por lo que dedicados a apoyar toda suerte de luchas presuntamente populares, independentistas y antimperialistas, ‘olvidaron’ tomar en cuenta el carácter, la dirección, la composición y la perspectiva de las mismas, como simples mediaciones para la ascensión obrera al poder. Vergonzoso maridaje que por décadas apuntala aún regímenes incluso profundamente antidemocráticos y/o anticomunistas.
No se trata, pues, de "dos-fases-revolucionarias-conectadas-en-el-tiempo" sino de una única revolución camino al comunismo, en expansión mundial a través períodos y realidades desiguales, que exigen adaptar las previsiones programáticas y táctico-estratégicas a las condiciones, circunstancias y correlaciones vigentes, pero que nos obligan a eludir -por igual- las perversiones que en los distintos países asume el intrincado e interconectado juego global. Capitalizar, a partir de consideraciones teórico-prácticas fundamentales, las variables cambiantes del escenario -en lucha franca contra toda forma de irracionalidad sobreviviente o sobreviniente- es vital para la emancipación definitiva del hombre y su derecho a la felicidad.
Sostuvo que el tardío desarrollo capitalista ruso no produjo -como en Europa- una burguesía verdaderamente comprometida con el derrocamiento de la feudalidad. Lenin convino en que la dirección de esta lucha, democrática por su contenido, pluriclasista por su composición, pero socialista por su perspectiva y dirección, correspondería a la poco numerosa clase obrera Rusa. Defendieron que los obreros -una vez se deshicieran del viejo régimen- tomarían el mando en la producción económica y jurídica de la república para defender su victoria. La revolución empezaría como pugna democratizadora, y continuaría como lucha permanente por el socialismo y durante él.
La modernización en las tardías y brutales condiciones de Rusia sólo podía ser el indefinible preludio de un proceso indefendible por sí mismo. Por eso, su ligazón con la victoria obrera haría expansible el proceso -a partir de Rusia- a los hermanos atrapados artificiosamente en el damero jurisdiccional y territorial de los Estados-Nacionales. El problema capital en el intervalo era y sigue siendo el de la "direccionalidad" y el de la propia "durabilidad" del proceso. Marx postuló en Francia la misma estrategia que los obreros defendieron por toda Europa a través de las revoluciones que van de 1848 a 1872.
En las dos primeras décadas del siglo XX una oleada de huelgas derrumbó al zarismo para inmediatamente –con el inestable intervalo kerenskiano- entregar el poder político, económico y militar al control obrero, mientras los campesinos pobres resolvían a su favor el asunto de la concentración de la propiedad agraria, y las diversas nacionalidades sellaban con la república federal su compromiso unitario hacia el socialismo en torno al partido obrero socialista.
El ejemplo ruso inspiró a los socialistas, a los obreros y a los soldados por el mundo entero, a derrocar al Kaiser alemán en 1918, al Emperador Chino en 1919 y a la oligarquía mexicana en 1917, confirmando la Teoría de la Revolución Permanente y abriendo un período proletario revolucionario por toda Europa, Asia, Norteamérica y Canadá. Pero la ofensiva nacionalista de la burguesía en entreguerras convenció a los stalinistas en la Tercera Internacional que las condiciones eran prematuras para el socialismo mundial, por lo que dedicados a apoyar toda suerte de luchas presuntamente populares, independentistas y antimperialistas, ‘olvidaron’ tomar en cuenta el carácter, la dirección, la composición y la perspectiva de las mismas, como simples mediaciones para la ascensión obrera al poder. Vergonzoso maridaje que por décadas apuntala aún regímenes incluso profundamente antidemocráticos y/o anticomunistas.
No se trata, pues, de "dos-fases-revolucionarias-conectadas-en-el-tiempo" sino de una única revolución camino al comunismo, en expansión mundial a través períodos y realidades desiguales, que exigen adaptar las previsiones programáticas y táctico-estratégicas a las condiciones, circunstancias y correlaciones vigentes, pero que nos obligan a eludir -por igual- las perversiones que en los distintos países asume el intrincado e interconectado juego global. Capitalizar, a partir de consideraciones teórico-prácticas fundamentales, las variables cambiantes del escenario -en lucha franca contra toda forma de irracionalidad sobreviviente o sobreviniente- es vital para la emancipación definitiva del hombre y su derecho a la felicidad.
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