Estética de Guerra o Guerra de la Estética
Por Facundo Bazán
En sentido literal la palabra ‘guerra’ no está referida al “enfrentamiento entre Estados” sino al sentido estético o creativo en que todos “lidiamos para vencer”. Los “molinos de viento” –reales o ficticios- con que nos enfrentamos en esa jornada son muchos.
Los primeros proceden de Natura –según se le mire, madre o madrastra- mudando ante nuestros ojos de estación y de humor, de abundancia exuberante a escasez amenazante, o a detritus doloroso de nuestra displicencia tecnológica.
No faltan en esa ruta los escollos y los laberintos políticos que escamotean los medios con que de otro modo la razón futurista y constructiva edificaría progresivamente la igualdad y la libertad que nos aguardan del otro lado de la estupidez y de la guerra.
Cuan a menudo, en nombre de la fealdad de la jungla, del ethos o del gueto, se disfrazan las formas estatuidas de la esclavitud, con el lenguaje cínico del realismo responsable y la sensatez política o con el del tecnicismo de la disponibilidad provisional perfectible, procedimentalmente aplazada al infinito.
Con qué frecuencia hemos aprendido que nuestras inclinaciones nos zarandean desde el instinto innegable y el impulso incontrolable, desde el interés inconfesable y las ideas preconcebidas, desde infiernos propios o desde demonios prestados. No estamos exentos, por eso, de los fantasmas culturales –universales, comunitarios o individuales- que limitan nuestra aspiración a nuevas alturas, a mayores profundidades, a los horizontes otros de la esperanza y la novedad no holladas por la ilusión marchita, la derrota no asimilada o el escepticismo malsano.Los obstáculos toman casi siempre el aspecto sobrecogedor de los Imperios bajo cuya fuerza aparentemente irresistible se nos ha conquistado secularmente “por nuestro bien”, o el de las causas inmarcesibles de la materia, la historia, el sino y el destino, o el de la divinidad que aceptamos resignadamente sin entenderla, o el de las culpas de vidas olvidadas que adherimos como karma cruel.
El despliegue y el desgaste derrochado en el delirio de la desinencia se nos antoja a veces delito, cuando le robamos al placer una poca para animar la dureza del camino, o displacer cuando culposamente conscientes advertimos que existimos contra el tiempo al que asaltamos para exigirle lo imposible.
He ahí el dolor de ecce huomo, el del Ente doblemente consciente, el de la omnipotencia y la caducidad, aquella que nos condena a no estar para cuando todo sea al fin.
En sentido literal la palabra ‘guerra’ no está referida al “enfrentamiento entre Estados” sino al sentido estético o creativo en que todos “lidiamos para vencer”. Los “molinos de viento” –reales o ficticios- con que nos enfrentamos en esa jornada son muchos.
Los primeros proceden de Natura –según se le mire, madre o madrastra- mudando ante nuestros ojos de estación y de humor, de abundancia exuberante a escasez amenazante, o a detritus doloroso de nuestra displicencia tecnológica.
No faltan en esa ruta los escollos y los laberintos políticos que escamotean los medios con que de otro modo la razón futurista y constructiva edificaría progresivamente la igualdad y la libertad que nos aguardan del otro lado de la estupidez y de la guerra.
Cuan a menudo, en nombre de la fealdad de la jungla, del ethos o del gueto, se disfrazan las formas estatuidas de la esclavitud, con el lenguaje cínico del realismo responsable y la sensatez política o con el del tecnicismo de la disponibilidad provisional perfectible, procedimentalmente aplazada al infinito.
Con qué frecuencia hemos aprendido que nuestras inclinaciones nos zarandean desde el instinto innegable y el impulso incontrolable, desde el interés inconfesable y las ideas preconcebidas, desde infiernos propios o desde demonios prestados. No estamos exentos, por eso, de los fantasmas culturales –universales, comunitarios o individuales- que limitan nuestra aspiración a nuevas alturas, a mayores profundidades, a los horizontes otros de la esperanza y la novedad no holladas por la ilusión marchita, la derrota no asimilada o el escepticismo malsano.Los obstáculos toman casi siempre el aspecto sobrecogedor de los Imperios bajo cuya fuerza aparentemente irresistible se nos ha conquistado secularmente “por nuestro bien”, o el de las causas inmarcesibles de la materia, la historia, el sino y el destino, o el de la divinidad que aceptamos resignadamente sin entenderla, o el de las culpas de vidas olvidadas que adherimos como karma cruel.
El despliegue y el desgaste derrochado en el delirio de la desinencia se nos antoja a veces delito, cuando le robamos al placer una poca para animar la dureza del camino, o displacer cuando culposamente conscientes advertimos que existimos contra el tiempo al que asaltamos para exigirle lo imposible.
He ahí el dolor de ecce huomo, el del Ente doblemente consciente, el de la omnipotencia y la caducidad, aquella que nos condena a no estar para cuando todo sea al fin.
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