Literatura Peruana ¿proyecto imposible?
Por Raúl Pastor G.
Hace poco algunos ilustrados realizaron aquí, en las “trujillanísimas” tierras Chimúes de Huanchaco y alrededores, sendos eventos culturales con el objeto de encomiar el desarrollo literario nacional y regional en lengua hispana, en la doble infeliz coincidencia de un marco signado, por un lado, por el “Descubrimiento de América” ( que aún celebran con carácter cosmopolita y oficial los criollos afrancesados, re-españolizados, agringados o achinados, según sea el caso, y sus secuaces meztizos aliados de la Gran Burguesía nativa, las Transnacionales Monopólicas y los Estados Imperialistas ) y, por otro, el de una “Fiesta de la Primavera” inventada, en la que los prescindibles, los marginales, los emergentes, los achorados, los acholados, los serranos, costeños o amazónicos del inacabable mestizaje, y los negros, los mulatos, los cuarterones, los canchalagua y los zambitos de todo grado, contemplan absortos cómo desfila orgullosamente ataviada "lo mejor" de la membresía aristocrática, burguesa o pequeñoburguesa de los clubes rotario, de leones, Central, Libertad y Golf, junto a toda clase de intereses económicos bien representados, sobre los símbolos móviles de nuestra dominación : el caballo de paso peruano y la caravana de artefactos motorizados importados, propalándo cada detalle por la telaraña radial, televisiva, y escrita.
Pero vayamos al asunto que nos entretiene, con ocasión de ese "fastuoso" y fatuo encuentro. Una de las discusiones literarias constantes es la elección entre tres pares contradictorios para definir el carácter de la literatura en nuestras latitudes : el indigenismo vs el criollismo, el arcaismo provinciano vs el modernismo cosmopolita, y la literatura capitalista y burguesa vs la revolucionario-proletaria.
Veamos, pues, apenas el primero de los asuntos, la relación de lo indígena y de lo criollo. El indigenismo, en general, como admiración de “lo indígena” es visto, por un lado, como nostalgia de una idealizada unicidad telúrica perdida pero supuestamente persistente; y por otro, como resignación a una diversidad de improbable amalgama en un futuro proyecto común. A su vez, puede ser vivido, en particular, como revaloración antropológica y etnológica de “la indianidad" de unos actores convertidos apenas en objeto pasivo de estudio y/o de snob, y como proyecto de reivindicación socio-económica para su construcción política.
Paradójicamente, el proceso de toma de conciencia del indio, acerca de su indianidad y del indigenismo como una opción válida para caracterizar todas las manifestaciones que le conciernen, debiera haber sido posible, en primer lugar, en él, pero esta vía no pudo darse :
1 ) porque la dinámica de irrupciones endógenas crónicas, habida en los procesos de constitución entitativa de lo indígena, desde la andinidad de sus fuentes, no pudo ( pese a los períodos de florecimiento, expansión, contacto, colaboración, hegemonía y síntesis habidos ) favorecer con su disrupción : ni a la emergencia de una conciencia de sí mismas como identidades colectivas inconscientes de lo indígena y de lo andino, ni al desarrollo de una conciencia de sí para el reconocimiento de las demás como expresión de una totalidad diversa, indígena y andina;
2 ) porque la aparición de un factor exógeno venido de otro tiempo histórico-cultural, como el español, fue suficiente, desde el inicio, para revelar –territorialmente- el carácter aún fragmentario y yuxtapuesto de colectividades en realidad confederadas y/o conquistadas, y para aprovecharse –históricamente- de las contradicciones culturales y clasistas superpuestas sin resolver, ni por las alianzas matrimoniales, ni por los principios de reciprocidad fraterna y comercial, ni por los de la colaboración o exterminio forzado de los vencidos militarmente, ni por los del desarraigo administrativo contra los residentes resistentes al proceso imperial en curso.
Diezmada la población indígena a un décimo de su tamaño original, roto el liderazgo de la resistencia y la línea directa de la autonarración, el proceso de toma de conciencia lo acometió, por defecto, el criollo, como una suerte de toma de conciencia del territorio, del país del que se apropiaba para alcanzar promisorias posibilidades, en la doble medida en que pudiera -por un lado- afirmarse tanto en su hispanidad cultural para no igualarse a lo mestizo, cuanto en su separatismo político-económico para no sucumbir a los avatares de la Corona, y -por otro lado- mientras pudiera negarle a todo lo indígena cualquier forma de valor que le sirviera para recuperar y equiparar sus derechos, asignándole al pueblo el papel que en Esparta representaron como de fuerza de trabajo los hilotas, y a la nobleza la condición de una sometida república de indios, que aún persiste bajo la doble forma de contrato de trabajo o de servicio por falsos salarios, y de pseudo-reconocimiento constitucional de unos “derechos” como etnias, nacionalidades o minorías incluidas dentro de la jurisdiccionalidad del Poder Político del Estado Unitario, que los vende sin consultárselos, mientras los hace objeto curioso de estudio científico y/o objeto de exhibición y promoción turística.
Por eso, no es lo mismo escribir “literatura en lengua hispana en el Perú” y hacerla pasar por tal, que realizar en verdad una literatura peruana. Es falaz pretender eso como posible sin que el Perú exista del mismo modo para la diversidad de nuestras culturas apresadas en exilio interior dentro del país y para sus pobres. Sólo construyendo revolucionariamente su federalidad en torno al proletariado podremos compartirlo de modos distintos dentro del mismo proyecto político y nacional. Este proyecto no representa la fuerza motivadora de una utopía culturalista apetecible, sino la historia posible si somos capaces de denunciar con la política y con la literatura la historia hasta ahora contada como la falacia de una memoria que no es ni un contínuum ( porque no está narrada desde la visión del vencido ni desde sus lengua y acervos ) ni un constructuum ( porque el haz de sus múltiples aspiraciones no ha sido usado programáticamente y prácticamente para forjar los instrumentos de poder popular pan-peruano necesarios para ser una Nación libre y una clase obrera emancipada dentro del proceso mundial de la revolución socialista. Sólo atreviéndonos a ser lo que aún no somos encontraremos las rutas que nos catapulten a una convivencia socialista, por la vida, la verdad y la victoria final.
Hace poco algunos ilustrados realizaron aquí, en las “trujillanísimas” tierras Chimúes de Huanchaco y alrededores, sendos eventos culturales con el objeto de encomiar el desarrollo literario nacional y regional en lengua hispana, en la doble infeliz coincidencia de un marco signado, por un lado, por el “Descubrimiento de América” ( que aún celebran con carácter cosmopolita y oficial los criollos afrancesados, re-españolizados, agringados o achinados, según sea el caso, y sus secuaces meztizos aliados de la Gran Burguesía nativa, las Transnacionales Monopólicas y los Estados Imperialistas ) y, por otro, el de una “Fiesta de la Primavera” inventada, en la que los prescindibles, los marginales, los emergentes, los achorados, los acholados, los serranos, costeños o amazónicos del inacabable mestizaje, y los negros, los mulatos, los cuarterones, los canchalagua y los zambitos de todo grado, contemplan absortos cómo desfila orgullosamente ataviada "lo mejor" de la membresía aristocrática, burguesa o pequeñoburguesa de los clubes rotario, de leones, Central, Libertad y Golf, junto a toda clase de intereses económicos bien representados, sobre los símbolos móviles de nuestra dominación : el caballo de paso peruano y la caravana de artefactos motorizados importados, propalándo cada detalle por la telaraña radial, televisiva, y escrita.
Pero vayamos al asunto que nos entretiene, con ocasión de ese "fastuoso" y fatuo encuentro. Una de las discusiones literarias constantes es la elección entre tres pares contradictorios para definir el carácter de la literatura en nuestras latitudes : el indigenismo vs el criollismo, el arcaismo provinciano vs el modernismo cosmopolita, y la literatura capitalista y burguesa vs la revolucionario-proletaria.
Veamos, pues, apenas el primero de los asuntos, la relación de lo indígena y de lo criollo. El indigenismo, en general, como admiración de “lo indígena” es visto, por un lado, como nostalgia de una idealizada unicidad telúrica perdida pero supuestamente persistente; y por otro, como resignación a una diversidad de improbable amalgama en un futuro proyecto común. A su vez, puede ser vivido, en particular, como revaloración antropológica y etnológica de “la indianidad" de unos actores convertidos apenas en objeto pasivo de estudio y/o de snob, y como proyecto de reivindicación socio-económica para su construcción política.
Paradójicamente, el proceso de toma de conciencia del indio, acerca de su indianidad y del indigenismo como una opción válida para caracterizar todas las manifestaciones que le conciernen, debiera haber sido posible, en primer lugar, en él, pero esta vía no pudo darse :
1 ) porque la dinámica de irrupciones endógenas crónicas, habida en los procesos de constitución entitativa de lo indígena, desde la andinidad de sus fuentes, no pudo ( pese a los períodos de florecimiento, expansión, contacto, colaboración, hegemonía y síntesis habidos ) favorecer con su disrupción : ni a la emergencia de una conciencia de sí mismas como identidades colectivas inconscientes de lo indígena y de lo andino, ni al desarrollo de una conciencia de sí para el reconocimiento de las demás como expresión de una totalidad diversa, indígena y andina;
2 ) porque la aparición de un factor exógeno venido de otro tiempo histórico-cultural, como el español, fue suficiente, desde el inicio, para revelar –territorialmente- el carácter aún fragmentario y yuxtapuesto de colectividades en realidad confederadas y/o conquistadas, y para aprovecharse –históricamente- de las contradicciones culturales y clasistas superpuestas sin resolver, ni por las alianzas matrimoniales, ni por los principios de reciprocidad fraterna y comercial, ni por los de la colaboración o exterminio forzado de los vencidos militarmente, ni por los del desarraigo administrativo contra los residentes resistentes al proceso imperial en curso.
Diezmada la población indígena a un décimo de su tamaño original, roto el liderazgo de la resistencia y la línea directa de la autonarración, el proceso de toma de conciencia lo acometió, por defecto, el criollo, como una suerte de toma de conciencia del territorio, del país del que se apropiaba para alcanzar promisorias posibilidades, en la doble medida en que pudiera -por un lado- afirmarse tanto en su hispanidad cultural para no igualarse a lo mestizo, cuanto en su separatismo político-económico para no sucumbir a los avatares de la Corona, y -por otro lado- mientras pudiera negarle a todo lo indígena cualquier forma de valor que le sirviera para recuperar y equiparar sus derechos, asignándole al pueblo el papel que en Esparta representaron como de fuerza de trabajo los hilotas, y a la nobleza la condición de una sometida república de indios, que aún persiste bajo la doble forma de contrato de trabajo o de servicio por falsos salarios, y de pseudo-reconocimiento constitucional de unos “derechos” como etnias, nacionalidades o minorías incluidas dentro de la jurisdiccionalidad del Poder Político del Estado Unitario, que los vende sin consultárselos, mientras los hace objeto curioso de estudio científico y/o objeto de exhibición y promoción turística.
Por eso, no es lo mismo escribir “literatura en lengua hispana en el Perú” y hacerla pasar por tal, que realizar en verdad una literatura peruana. Es falaz pretender eso como posible sin que el Perú exista del mismo modo para la diversidad de nuestras culturas apresadas en exilio interior dentro del país y para sus pobres. Sólo construyendo revolucionariamente su federalidad en torno al proletariado podremos compartirlo de modos distintos dentro del mismo proyecto político y nacional. Este proyecto no representa la fuerza motivadora de una utopía culturalista apetecible, sino la historia posible si somos capaces de denunciar con la política y con la literatura la historia hasta ahora contada como la falacia de una memoria que no es ni un contínuum ( porque no está narrada desde la visión del vencido ni desde sus lengua y acervos ) ni un constructuum ( porque el haz de sus múltiples aspiraciones no ha sido usado programáticamente y prácticamente para forjar los instrumentos de poder popular pan-peruano necesarios para ser una Nación libre y una clase obrera emancipada dentro del proceso mundial de la revolución socialista. Sólo atreviéndonos a ser lo que aún no somos encontraremos las rutas que nos catapulten a una convivencia socialista, por la vida, la verdad y la victoria final.
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