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Friday, October 19, 2007

Courvete : compromiso revolucionario y realismo en el arte


El revolucionario, dijo Camus, es
al mismo tiempo un rebelde o ya
no es revolucionario, sino policía.

Por Facundo Bazán

"Yo soy courbetista, y soy por tanto partidario de mi trabajo; mi pintura es la única que tiene valor porque es la más potente, y yo soy el primero y el único a la cabeza de mi tiempo. Se me acusa de vanidad, y es cierto, pero es porque en efecto soy el hombre más libre y por lo tanto el más orgulloso de la tierra". Con estas palabras elocuentes, Gustave Courbet escandalizaba a quienes no lo aceptaban en la esfera donde se regodeaba lo mejor del mediocre reconocimiento oficial.

Su pintura de inmediatez plebeya representaba deliberadamente a los trabajadores sin amaneramientos pintoresquistas. Fiel a la realidad, escandalizó con la pobreza de sus temas urbanos y de sus personajes, haciendo del trabajador un nuevo héroe, y de la muerte la antípoda de su compromiso socialista por la vida, evidente en las revoluciones de 1848 y 1871 en cuyas barricadas participó.

Abrazó contra la idealización el realismo por su talante democrático. Compartió con Honorato Daumier y Jean François Millet, Mollet, Lapage, L’Hermitte, etc., el origen de la escuela realista del siglo XIX, y con Baudelaire y Corot una amistad cercana. En esa misma época publicó un provocativo y popular manifiesto en el que exponía con todo detalle su credo social y realista sobre el arte y la vida. Su estilo totalmente maduro se caracterizaba por una técnica magistral, comenzaba con lienzo oscurísimo, como un maestro clásico (tal vez por la influencia de Velásquez y Rivera), con una paleta premeditadamente limitada y vigorosa, con composiciones sencillas de sólido y severo modelado, de gruesos trazos muy empastados a la espátula.

Osado, se puede decir que excluyó al mundo burgués del suyo propio, que no era otro que el del glorioso futuro del socialismo internacionalista. Por eso no resulta extraño que con la enorme personalidad y principismo radical que le caracterizaba se negara a recibir La Legión de Honor y a acceder a la invitación que le formulaba el mismísimo Napoleón III, afirmando que él es republicano, y que por tanto organizaría con sus trabajos una muestra paralela a la Exposición Universal. Él habría dicho : "¿Cómo ese gobierno se atreve a ofrecerme algo cuando yo solo ya soy todo un gobierno? No necesito de nadie para hacer mi exposición. Ustedes monten su pabellón, yo tendré el mío". Y así fue.

En 1850 expuso Los Picapedreros, representación cruda de unos obreros arreglando una carretera. En ella evita todo exótismo y carga emocional romántico, abandonando las reglas de composición académica. Siguió Entierro en Ornans, enorme friso de campesinos pobremente vestidos rodeando una tumba. También por esas fechas frecuenta y anima apasionadamente con Proudhon las tertulias de la cervecería Andler de la “Rive Gauche”, a donde solía acudir la policía a vigilar, fichar y catalogar a todos los agitadores que acudían, y en cuyas fichas Courbert constaba como: “Conspirador peligroso”. Proudhon en su eterna búsqueda por la razón del arte solía decir de Courbert: “Pintar a los hombres en la sinceridad de su naturaleza y de sus costumbres, con fisonomías actuales y en sus poses más auténticas me parece un punto de partida moderno".

En la revolución de 1871, nombrado director de los museos de la capital por la Comuna de París, logra salvar del incendio de las Tullerías las colecciones del Louvre. Mas, pero cuando cayó la Comuna, fué acusado de permitir el derribo de La Columna del Triunfo de Napoleón. Encarcelado, fue condenado a pagar una cuantiosa reparación, y fue expatriado en 1873, trasladándose a Suiza, donde continuó pintando orgullosamente hasta su muerte en 1877, con una gran cantidad de colaboradores, paisajes suizos en serie para pagar al Estado francés hasta el último centavo de la injusta multa impuesta.

Ahora, al recordarle distante en el tiempo a ciento treinta años de su gesta, estamos más seguros que, en medio de la grave crisis del arte burgués contemporáneo, su aura está más próxima en el torrente innovador del arte socialista, que su Un Hombre en Pie Sobre las Barricadas, anticipa. Tan dispuesto en el taller, en la barricada como en la taberna intelectual, la figura de Gustave Courbert fue especialmente querida en la España Internacionalista de finales del siglo XIX, y sigue ocupando ahora un lugar destacado junto a Marx, Proudhon, Darwin, Bakunin , etc.

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