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Sunday, October 28, 2007

La Muerte y la Pena

Por Facundo Bazán

Los tres problemas de la existencia son : durabilidad, direccionalidad y discrecionalidad, o tiempo, sentido y decisión.

Toda durabilidad –dependiendo del contenido existencial del tiempo físico, anímico o mnemónico- es una liberación cuando acaba oportunamente y una condena cuando no alcanza a conjugarse con el deseo.

Toda direccionalidad –dependiendo del juego vivencial entre los horizontes en pugna, y los que nos damos- es la incertidumbre de una búsqueda sin garantías, la provisionalidad de una hipótesis que se concreta cuando se desvanece, la imposibilidad de un argumento de interpretación intransferible.

Toda discrecionalidad –dependiendo de los criterios que usemos, de la sensatez que mostremos y de la autonomía que ejerzamos- es el riesgo solitario que corremos acicateados por la urgencia, y el error eventualmente consecuente.

Todo lo que comienza, termina; lo que parece, perece; lo que aparece, desaparece; lo que se enciende se apaga, lo concebido se aborta.

Todo lo que llega a ser –lo que quiera que llegue a ser- deja de ser, porque todo pasa, todo cambia, todo muere.

Todo muta, muda, demuda y enmudece. Todo pasar de un estado a otro es morir a y nacer de. Todo pasar es morir a un estado y nacer a otro. Nacer es morir, morir es nacer. Es con frecuencia una pérdida para ganar un impulso a otra forma.

Morir es una eventualidad inevitable aunque hayamos aprendido a manejarla artificialmente, a retardarla eficientemente y a administrarla sofisticadamente con toda suerte de parafernalias, o a dotarla de sentidos presuntamente cósmicos o telúricos, rituales o religiosos, espirituales o históricos, políticos o heroicos, éticos y/o estéticos.

La muerte es cesación, cesión y concesión de algo, por algo, a alguien o a algo. Es un regreso a un regazo primordial, una vuelta a una forma precedente. A veces, también es un rezago de algo que queda de otro ser o de un ser de otra manera.

Cuando nuestra existencia depende de otros es una verdadera pena, pues, pese a ser nuestra, puede no serlo. Por ello, se puede estar muerto sin advertirlo o advertirlo sin estarlo o advertir que se estaba vivo precisamente cuando ya es demasiado tarde.

La muerte es indefectiblemente una pena, pero no lo es tanto si consideramos que hemos pasado por ella desde siempre, víctimas y victimarios, inocentes o culpables, acusados o contumaces. Si el que va a ella no vivió algo que pueda llamarse así, independientemente del valor que le asignen él o los demás, puede ser una alegría cuando muere la pena de vivirla, sin vivirla de verdad.

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