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Saturday, March 01, 2008

La Tierra Dice : No Hay Más Tiempo



Por Mauricio San Miguel

Aracne, vieja figura mitológica, tejió una red inútil para ufanarse de su ociosa superioridad, tal como la comunidad política y científica hace hoy y desde siempre para persuadirnos de que la trama que ellos engendran es invencible. Penélope, en cambio, tejió y destejió entre sus palillos una malla de infinita espera hasta que Ulises vuelva del lance contra los dioses abusivos interesados en convencernos que nuestras vidas son trágicas a su antojo.

Lovelock hace más de 40 años dijo que la Tierra es un ser vivo, complejo, capaz de tejer y destejer una bellísima red de tensiones para sostener la vida que descansa levemente entre sus hilos, todos interdependientes entre sí, y entre cuyos nudos sistémicos reside el secreto de nuestras relaciones mutuas. Las arañas tienen tiempo para hacer y rehacer su trama cada día; Penélope, sólo lo tuvo mientras no fue desenmascarada; pero la Tierra ya no puede reparar su red deshilachada a una velocidad que sea mayor que la de quienes la destruyen por la codicia y la inconsciencia. Rota la trama de relaciones, equilibrios y reciprocidades, cada parte muere con el todo si no somos capaces de generar por el cambio la entalpía que mantenga abierta la dinámica entre el sistema y el entorno.
70 millones de toneladas diarias de dióxido de carbono vertidas a la atmósfera provocan los efectos que llamamos calentamiento global o apocalipsis, con la voz del propio Lovelock reclamando el uso de la energía nuclear para no contaminar, sin poder garantizar ciento por ciento que nada ni nadie desatará la reacción en cadena de miles de ojivas nucleares y de cientos de reactores viejos, malogrados y nuevos con que él y la Westinhouse quieren ganar a manos llenas.
Desde que Oppenheimer, y otros, hicieron un daño gigante con una diminuta subpartícula nos hemos balanceado entre la posibilidad de un calentamiento global y un invierno global. La Tierra ha dejado de tener el control de las riendas invisibles con que gobernaba su homeostasis. Nuestro destino se bambolea ahora como un péndulo entre las manos de los criminales y gobernantes capaces de sacrificar el todo y las partes en su juego irresponsable.

El poder dantesco de las imágenes de la muerte acelerada del planeta y de sus habitantes escandaliza e indigna a quienes observan los mas-media, pero finalmente incorporadas como elemento de la cotidianidad, quedamos reconciliados con ellas, con las causas y con los agentes de nuestra muerte en masa, como si el poder irreversible del principio de la realidad no nos dejara otra disyuntiva que la de quedar paralizados para siempre o la de sucumbir sin más.
La palabra que otrora solía llevarnos a una toma de posición se ha vuelto superficial e irrelevante porque ha dejado de contener información exhaustiva. Como la investigación ha dejado de ser el estrato obligatorio y precedente de cada palabra, incapaces de despertarnos al sentido crítico y ético, la razón no se atreve a ser épica porque teme comprometerse a cambiar lo que parece ineludible. En el nuevo sentido de la realidad no caben más esperanzas, apelaciones ni aventuras. La comunidad de los hablantes parece estar tan convencida de que cada opinión es verdadera, que toda ella simula la imagen del mundo visto en las facetas del ojo de la mosca. Asentada en la supuesta legitimidad de su subjetivismo relativista todo intento de objetividad naufraga en la maraña de juegos de palabras presuntamente válidas por sí mismas. Imposibles de ser removidas cada día ratifica la dictadura del sentido común que todos abrazan. A un universo de palabras sin substrato, sin contenido, sin contraste y sin propósito ya no le sucederá más ningún compromiso subsecuente, si no exilamos a los impostores que reemplazan la realidad y las ciencias con la lógica de juicios vacíos que hacen inútil la razón, el habla y la acción.
Salvar al planeta y a la civilización que en ella habita no será la obra de los autodenominados líderes mundiales ni de las potencias que dicen representar a los pueblos y naciones. La salvación del planeta será la obra de cada individuo e institución susceptible de llamar o ser llamada a la acción mundial inminente para destruir la pseudo concreción del omnímodo poder destructivo que ha dado al traste con el planeta. No han de ser los basureritos reparadores del detritus burgués los que acaben con el festín predatorio de las clases altas, ni los románticos conservacionistas del irracionalismo ni los administradores circenses de la decadencia los que nos recuperen a la vida. Ninguno de estos payasos podrá enterrar el aquelarre devastador que las burguesías desataron con su voracidad insaciable.


¿Quedará tiempo para movilizarse como supone Al Gore? ¿Merece éste los premios que nadie le dio a Lovelock por afirmar, primero, que la Tierra se autorregula sola y, luego, anunciar que ha desatado grave su venganza final? ¿Sirvió premiar a Cordel Hull, en 1945, por fomentar las Naciones Unidas, cuando ella no ha servido sino para lo más vil y lo más abyecto?

El impacto repentino del cambio será brutalmente cruel sobre los más pobres, como lo son ahora las guerras con los refugiados rechazados por todo el mundo. La extinción de todas las especies quizá podría traernos algún consuelo si estuviéramos seguros de que los culpables morirán con nosotros, pero tal vez eso no suceda, porque al igual que las alimañas correrán a sus escondrijos hasta que pase el infierno que han desatado y no quieren apagar.

Si decimos que no hay tiempo… entonces no haremos nada, si decimos que sí lo hay, entonces los culpables dirán que podemos esperar. Mientras las víctimas continuemos nuestra contienda pertinaz por asegurarnos el monopolio de la verdad y la conducción única en nuestras filas nada pasará. No es, pues, verdad que la especie humana le ha hecho esto a la Tierra, sino es que son más bien los dueños de la Tierra los que nos han hecho esto a los que vivimos en ella, y a ella misma. Nadie puede pretender hacer la paz con el planeta si los dueños de la hoguera en que nos queman no son primero quemados ellos.

La responsabilidad moral post-destrucción no nos servirá de consuelo porque es posible que los culpables no tengan conciencias para advertir su torpeza. La responsabilidad penal o histórica de los culpables tampoco nos servirá de mucho porque después no quedará nadie que los juzgue ni nadie a quien ellos indemnicen. Así, pues, aunque se arrepintieran eso tampoco nos servirá puesto que habremos desaparecido para siempre.
Los representantes de los imperios económicos y de los imperialismos político-militares son el verdadero peligro, puesto que al filo del abismo aún persisten en pedir un nuevo tratado climático global que entre en vigor recién en el 2010. ¿Los responsables económicos, políticos y militares a nivel global serán capaces de escuchar la voz del clima y del clamor universal, de la ciencia, de los científicos y de las pruebas irrefutables que los condenan como los causantes del holocausto colectivo al que sus intereses malsanos nos arrastran? ¿Con qué clase de argumentos seremos capaces de hacerles desistir, y con qué clase de retórica seremos capaces de poner en movimiento a los científicos contra el poder del que viven y se alimentan?

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