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Saturday, February 16, 2008

¿Cómo los Norteamericanos legítimos fueron expulsados por extraños?


CAPÍTULO I

Por Facundo Bazán

Todo empezó en el territorio habitado por tribus célebres como los Winnebago, habitantes de los lagos y encomiados por su extraoridinaria lengua, madre de muchas otras, como la de los omaha, dakotas y siux. Los Menominee, famosos cultivadores del arroz salvaje y del caviar. Hostilizados por los europeos en pos de la caza comercial, las riqueza minera y las grandes reservas madereras, fueron enviados a las guerras mundiales y burlados al ofrecérseles una ciudadanía fundada en leyes especiales para indios y no en la Constitución que los ciudadanos juran. Algo semejante le pasó a los Kickapúes sureños, más tarde Coahuiles en México a donde huyeron para salvar su exquisito y complejo nivel cultural y cosmogónico. Su tragedia resultaba un profundo cuestionamiento de su Dios Primordial, Kitzihiata, Padre del Gran Fuego, presente en las estrellas, en la hoguera familiar y en el corazón de los hombres de buena voluntad. Su hijo Wiska, creador de las tierras y los continentes que emergieron luego del diluvio del que ellos fueron salvados les encomendó sostener y guardar las tierras donde habitaran seres y hombres, porque sólo el que fuera buen hermano para todos podría ir al paraíso perfecto a cazar venados por toda la eternidad junto a Kitsihiata. Por esa razón sólo se dejaban gobernar por gente sabia, de respetabilidad y de altruismo intachables. Sus costumbres muy rigurosas y religiosas contemplaban ritos hasta ahora secretos y purificaciones individuales y colectivas, con ayunos, meditación y sacrificios. La revolución agraria mejicana les reivindicó por su papel en el proceso revolucionario en el que participaron en pos de la justicia entre hermanos. A pueblos que se quedaron, como a los los sauks y fox que vivían pacíficamente en alianza y de la caza y la recolección en los Lagos Michigan, compartiendo una cultura parecida, una sola lengua, sin perder sus rasgos grupales en perfecta tolerancia, cuando fueron atacados por los europeos no les quedó más que compartir la heroica pero fracasada Rebelión de Black Hawk contra el ejército de los Estados Unidos, en 1832, bajo la dirección del mítico Águila Negra. Desplazados de 1832 a 1842 a Kansas, muchos volvieron a Iowa a partir de 1850 para comprar tierras más tarde convertidas en el asentamiento Mesquakie. Los que quedaron diezmados en Kansas fueron trasladados a Oklahoma, en 1869.

Los Europeos entraron por oleadas en pos de dirimir entre sí su vieja competencia en el no menos viejo continente en que habitaban como perros y gatos en infernales peleas de uno y otro lado de las fronteras, y dentro de sí mismos en interminables guerras civiles y religiosas o por la sucesión política del poder y la propiedad. Primero los españoles, luego los franceses, luego los holandeses, luego los ingleses y finalmente los “norteamericanos” descendientes de europeos de origen diverso. La primera de sus guerras comerciales fue conocida como la Guerra del Castor, que duró 70 años, enfrentó a los antiguos aliados entre sí, azuzados por cada una de las naciones europeas dispuestas a armarlos para que les ayuden contra las potencias enemigas, hasta que se extinguieran casi por completo, como el castor, el bisonte, el búfalo, el oso, el lobo, el zorro, los metales, las maderas, las aguas, las gentes, para edificar su acariciado sueño de prosperidad lograda por la apropiación de lo que es ajeno, marca indeleble del origen universalmente inmoral de la riqueza.

Rompieron la Liga Iroquesa, alimentándoles con armas de fuego, fueron expulsados los algonquinos. Los Montagnais y los Mohawk fueron usados como carne de cañón para dirimir entre europeos el control de territorios que no les pertenecían. Cuando acabaron con todo marcharon como las langostas a hacer lo mismo en nuevos territorios. Los Huron usados por los franceses para contener a los iroqueses, extendieron la guerra hacia el oeste hasta 1640. Unas y otras naciones nativas pagaron el horrible precio de competir entre sí para que los comerciantes europeos se hicieran ricos, matando, depredando y manchando de epidemias sus aldeas hasta extenuarlas y arrasarlas.

Cuando estas naciones hubieron perdido casi todos sus líderes y más de la mitad de sus poblaciones, incapacitados para resistir cualquier ataque fueron presa fácil de los europeos, que terminaron por arreglar diplomáticamente entre ellos sus disputas en el terreno político, sellando para siempre el fracaso indígena. Esta estrategia repetida por todo europeo en la América y en el resto de los continente, es hasta ahora usada para introducir comercialmente el bicho de la competitividad entre pueblos de intereses naturales y culturales comunes, para luego enfrentarlos en guerras que no les favorecen sino a sus manipuladores armamentistas, y luego definir con sus Tratados la derrota de algunos y la hegemonía de otros, o el uso reglamentado de intereses con regímenes preferenciales. Eso es lo que hacen con la OMC y los TLC’s por doquier. Dentro de poco nos enfrentarán por el agua y los bosques que quedan, por el germoplasma que patentan sus piratas de la genética, para dirimir sus diferencias comerciales hegemónicas pero compartidas, cuando nosotros hayamos sido derrotados para siempre.

También los Potawatomis comparten el mito del diluvio universal, por el cual guiados en una gran canoa por su Dios-Padre y su caudillo Muskrat, desembarcaron para enseñar reglas de convivencia y técnicas de producción, por lo que les llamaron Wiskes o “maestros de toda la vida”. Envenenados por los franceses y los jesuitas, fueron desplazados del Gran Lago o mitchigami, y usados como ejército por todas las naciones europeas enfrentadas entre sí comercialmente. Con engaños inducidos a formar parte del Consejo Confederado Indio siguieron siendo usados como carne de cañón hasta que fueron obligados a irse hacia a Indiana, los unos, a Canadá, los otros, mientras que otros consiguieron quedarse en Michigan y Wisconsin, donde sus descendientes fueron privados de todo, hasta vender las tierras que les quedaban. El jefe de las llamadas United Band, Padegosehk, o montón de plomo, fue en 1842 hasta Iowa para unirse a los Fox y los Sauk para reivindicarse, pero terminaron trasladados a Kansas, escolatados por miles de soldados norteamericanos. Más tarde terminaron vendiendo esas tierras o repartiéndoselas en parcelas individuales incapaces de proveerles de lo fundamental, por lo que acabaron trasladados a Oklahoma, despersonalizados lenta pero inexorablemente. El último de sus dignos jefes, Wakwaboshkok o Roly Water, fue encarcelado por protestar pacíficamente contra la ley, y el resto de ellos obligados en 1907 a aceptar la ciudadanía norteamericana, para ser reorganizados bajo formas religiosas y eclesiásticas extrañas hasta perder su idioma y sus pautas, fuertemente aculturados. En un acto último de dignidad se nuclearon y concientizaron alrededor de la AIM desde 1968, marchando sobre Washington en 1972, en medio de la guerra de Vietnam, y protestando políticamente en 1986 por la mala calidad educativa en sus reservas.

Colonizadas por falsos profetas, tramperos inescrupulosos, leñadores insaciables, comercializadores de cabelleras indias, vendedores de güisqui y armas, tratantes de blancas, filibusteros y políticastros de toda laya, gambusinos topos que lo mismo fradaron el vientre de las montañas sagradas que a las indias, su historia contemporánea no es distinta hoy de cara a los trances que ha debido sufrir el pueblo norteamericano, los nuevos indios del siglo XIX y XX, utilizados para que aristócratas y latifundistas sureños diriman supremacías con los industriales del norte, reprimidos cuando reclamaban sus derechos laborales y políticos, perseguidos por comunistas y aporreados por bandas de rompehuelgas cuando se enfrentaron con los grandes capitales, encerrados como alienados y atormentados con experimentos eléctricos hasta doblegar sus voluntades principistas, y usados como carne de cañón en todas las guerras que sus mesiánicos líderes religiosos, disfrazados de políticos, inventan para expandir sus dominios comerciales, industriales y financieros más allá de sus fronteras, como hasta ahora hacen hoy cada vez que quieren petróleo, uranio, diamantes, agua, nuevos bosques y cuanto se les ocurra.

Con el tiempo, esa historia se repite de otro modo. El macartismo es un buen ejemplo del modo constantemente truculento y prejuicioso como se gobierna la vida americana. En la primera década de los años 50 el Senado le sirvió de tabladillo teatral a un grotesco verdugo rural venido a Senador desde el sangriento Medio Oeste, tal personaje fue Joseph Raymond McCarthy. Para explicar su comportamiento, exploraremos su bagaje cultural profundo, porque sólo de ese modo es posible explicar cómo lo que le hicieron a los indios se transforma en la metodología del espionaje, la soplonería, el hostigamiento, la persecución, las judializaciones irregulares, las denuncias efectistas para las plumas y las cámaras serviles, los saltos a garrocha de las leyes, etc.




Una historia de auténticas listas negras de sospechosos presuntamente hostiles al régimen o simplemente «comunistas», denunciadas por corrientes cívicas desencadenaron, con grave riesgo de su integridad y de su futuro, las denuncias lúcidas y valientes de Arthur Miller, como las que hoy protagonizan en soledad Chomsky, Penn, padre e hijo, y Moore.

Pero esa es ya la segunda parte de una historia que nos traerá hasta la presente coyuntura.

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