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Tuesday, February 05, 2008

¿Quiénes marchan con la Mafia de Uribe y contra ella?


Por Facundo Bazán

Colombia real no es el país de Uribe y sus compinches cocaleros. Es un país de grandes ríos y montañas, de biodiversidad estratégica y riqueza incalculable en carbón, níquel, petróleo, esmeraldas, sal, océanos, fertilidad exuberante, despensa tropical todo el año. Cuenta con 65 pueblos indígenas, 8 millones de campesinos honestos y 45 millones de gentes, mayormente jóvenes, como base material para el desarrollo de la guerra contra la deuda, la desocupación, la pobreza, la sed, el hambre, la diarrea, la basura, el hacinamiento, la desesperanza, la muerte extrajudicial y el terrorismo de Estado.

Colombia es diversa y compleja, alegre y trágica, porque la guerra quebranta la razón, desconociendo la humanidad compartida y promoviendo el olvido de todo ideal. Ella es la jaula de un pueblo adormecido, acorralado y sometido al despojo de una historia que parece irreal. En ella todas las huellas conducen a la locura y al miedo. La guerra es el paraíso febril que nos engulle a todos, con independencia de lo que opinemos o hagamos, respecto de ella.

Cada conflicto se determina a sí mismo por los hechos de los que se desprenden las leyes que finalmente las rigen de espaldas a lo discursivo, lo dialógico y lo normativo. Prima en ella la eliminación del otro sometido por las armas. Sus justificaciones de facto hacen de las causas del conflicto algo olvidado y ambiguo, como los territorios bélicos entre reales y simbólicos. La guerra es el laberinto donde las explicaciones sacrosantas divergen, mientras todos convergen en la mutua aniquilación. En la guerra paradójicamente todos creen cumplir con su deber, exentos de responsabilidad personal. En ella el derecho es apenas una propuesta pálida de reglas con aspiraciones éticas para el respeto de una dignidad que no interesa a nadie.

Los choques producen desequilibrios constantes, sin embargo, son absolutamente evitables. Siempre es posible, a partir de resultados calamitosos, dar paso a políticas y cuerpos normativos que impriman sensatez a pesar de la contienda, aunque los hechos sistemáticos de la violencia tiendan a enceguecernos reproduciéndose a partir de sí mismo como un monstruo. La guerra es siempre cruel pues su injusticia procede de la incapacidad de quienes anteponen los intereses de una minoría sobre la aspiración compartida por las grandes mayorías empobrecidas.

Siempre será preferible renunciar a ciertos privilegios a favor del pueblo doliente de nuestra historia; pero los ricos saben que de la guerra emergen más ricos, porque no deben respetar ninguna otra ley que la de su voluntad. Entonces mienten, actúan, fingen, cambian de directores y de locaciones pero mantienen el libreto : la pugna por la tierra y las riquezas para algunos, el poder y el control de los territorios para no compartir la razón con la necesidad de nadie.

En esta guerra, la Colombia formal apuesta disimuladamente por los paramilitares de los terratenientes y los patriarcas del narcotráfico, proclives al Álvaro Uribe, protegido de Escobar y los embaucadores de la administración norteamericana. Por eso, se opondrá siempre a todo plan político de paz, porque en el revoltijo del asesinato insano que atizan nadie entiende nada ni acierta a salir a la soberanía y la autodeterminación, o al reconocimiento de los interlocutores para el diálogo y la reconciliación. En la guerra nada es lo que parece ser, todo se somete al imperativo dominante y hegemónico de los ricos, mientras los pobres no sean capaces de crearse un Estado y un Ejército propios, apelando incluso al Derecho Internacional. La capacidad para indignarse no basta, hay que ser consecuentes : si se exige que las FARC y otros grupos de izquierda entreguen a quienes retienen como presos políticos, así mismo el gobierno deberá devolver los pedazos mutilados de las víctimas enterradas en las fosas comunes de las haciendas de los congresistas partidarios de la oligarquía mafiosa.

Así, pues, la Colombia que marchó por las calles es la de los propietarios y usuarios de las universidades privadas, los almacenes de lujo, las compañías de elite, los bancos y empresas con que la mafia lava su delito y sus lujosas camionetas blindadas o sus fincas de ensueño en las exclusivas tierras que los paramilitares robaron a los campesinos e indígenas. La Colombia que no marchó por las calles es la de los obreros, los campesinos y los desocupados, incapaces de hacerle el juego a la estrategia buscada por Uribe de oponer dolor contra dolor. En esta guerra todos sufren que algunos escondan tras el Estado y el Ejército la canícula de una guerra innecesaria. Unos sufren porque sus seres queridos abonan las tierras de los cafetos y de la coca, y otros, porque sus familiares retenidos por las FARC no convencen al Estado de abrir una solución política y definitiva al conflicto.

La marcha para la reelección de Uribe a un tercer mandato de cuatro años más para la mafia paramilitar de la coca ha quedado al descubierto, aunque aun no sea para todos evidente, pues el tinglado mediático urdido para hacer pasar los carros carnavalescos como movilizaciones contra las FARC, impiden ponchar a quienes marcharon exigiendo la solución negociada al conflicto armado, el intercambio pacífico y bilateral de prisioneros, y la paz con justicia social que mantiene en armas a quienes por más de 40 años marchan por las montañas y las selvas combatiendo a diario contra los mercenarios gringos y paramilitares.

Qué sucedería en un futuro escenario sin Uribe ? a) primero, nadie se negaría al diálogo con el argumento de que “no se transa con delincuentes terroristas”, b) lo más importante e inmediato sería la pacificación del país sin otra condición que la del diálogo abierto al país, c) habría un tratamiento político de buena fe entre los colombianos interesados en la paz, d) para recuperar la vida de los rehenes de ambos lados no habría más moratoria que la de la responsabilidad compartida.

Ya no es tiempo de rescates a sangre y fuego, de más ruedas de prensa efectistas, y de bravuconadas grandilocuentes y sensibleras. Las palabras de un Uribe presuntamente “firme” se las lleva el viento. Sus declaraciones chocan con las voces de las familias dolientes y de los activistas internacionales humanitarios, pro derechos humanos y promotores de la paz, que le solicitan desista de un rescate militar peligroso para los rehenes en poder de las FARC. Cercar el campamento insurgente donde están los 44 rehenes, y la ex candidata presidencial, Ingrid Betancourt, es el mejor modo de eliminar a la mayor enemiga potencial de Uribe. Provocación irresponsable y punible.

Por eso, Astrid Bentancourt ha acusado directamente al presidente Uribe de manipular el dolor de los familiares y de presionar por un desenlace comprometedor y lamentablemente trágico, a efecto de trasladar la muerte emergente de los rehenes a las FARC, para ocultar su incapacidad política y las verdaderas razones de su terquedad mafiosa. Ella le hace responsable de 'atizar la rabia sin proponer más solución que la intervención armada’. Ella le hace responsable de lo que pueda ocurrir a los rehenes, por lo que denuncia que en el exterior las marchas hayan sido vergonzosamente convocadas por las embajadas, polarizando a quienes no marchan como partes de las FARC.

Más de 5000 fosas comunes, varios cientos de miles de asesinados, varios millones de desterrados, varios miles de exiliados, mutilados y lisiados, locos, secuestrados, desaparecidos, huérfanos, prisioneros y nuevos empobrecidos y desesperanzados claman parar la guerra en vez de pretender ganarla. Ocho mil fortunas millonarias aportan con sus impuestos el sustento de la guerra con sus tres billones de razones en armas.

Las FARC no comparten la creencia del gobierno colombiano de solucionarlo todo militarmente. Lucharon para cambiar el juego sanguinario de la oligarquía contra todo reclamo popular. Desde el 64 han buscado caminos democráticos a través de movilizaciones de masas, a las que la oligarquía respondió con el terror desplegado por los mercenarios a punta de bala contra las poblaciones campesinas e indígenas, obligando a los oprimidos a responder en los mismos términos, oponiendo a la fuerza bruta la formación de las FARC, sin embargo, no exentas de errores en el abordamiento de los asuntos agrícolas, la protección del campesinado y los trabajadores que las crearon, y los ritmos y las modalidades combinadas de la acción político-militar, para no descartar en ningún momento de la táctica las posibilidades del diálogo y la paz.

Recordar con todos que, el 2 de agosto del 2002, un reporte de Inteligencia del propio Departamento de Defensa Norteamericano daba cuenta de Álvaro Uribe y Fidel Castaño como parte del cartel de Pablo Escobar, nos sirve para reconocer que Colombia no es sino una democracia en el papel.

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