En la Noche todos los Gatos son Grises
No hay, después de todo, tanta diferencia entre demócratas y republicanos
Por Mauricio San Miguel
En medio de la noche económica por la que pasa Norteamérica, el alud de la depresión se impone, teórica y prácticamente, como punto de vista omnipresente a los agentes de la vida pública en contienda, obligándolos más o menos a un keynesianismo resucitado para contrarrestar -en la hora nona- los manifestaciones devastadoras del ‘efecto dominó’ en curso.
Intervenir gubernamentalmente en la esfera sacrosanta del mercado que manejan a sus anchas los grandes actores de la vida privada con el argumento de salvarles equivale a hollar vergonzantemente el artículo de fe de las filosofías liberales : el mercado decide la supervivencia del más apto.
Los banqueros y los grandes comerciantes exigen desde el coro de la escena federal, -tanto por la boca de los republicanos cuanto por la de los demócratas- una cruzada nacional e internacional para rescatarles urgentemente poniendo en juego todos los recursos disponibles, públicos y privados, internos como externos, contra la debacle que su inocultable apetito especulativo ha puesto a rodar cuesta abajo por la pendiente de los mercados inmobiliario y financiero mundiales.
Los dientes más afilados en las fauces de la fiera son la inflación incontenible, que arruina el consumo y por ende a los grandes capitales del comercio, y la recesión que intencionalmente deciden los capitalistas industriales al restringir la inversión y despedir a millones de obreros para continuar operarando en las peores condiciones de la quiebra general.
Jugarse todos los fondos públicos disponibles en el mundo para rescatar de la quiebra al grupo de facinerosos que alegremente deslizaron la bola de la especulación que arrastra a todos a la quema universal de valores es irresponsable toda vez que nadie quiere revelar el monto preciso de todo lo perdido hasta hoy y lo que falta aún para no alimentar el pánico. La falta de transparencia que pone en práctica el conjunto de las instituciones públicas y privadas es el infame telón darviniano con que cubren el hedor del muerto que no puede ser salvado sino a costa de los peces pequeños del capitalismo, de las colonias de los tres continentes pobres y del proletariado mundial.
El que los candidatos se muestren en aparente discordia sobre a quién "rescatar", si a los individuos o a los mercados, hace explícito que -tras la aparente contradicción- demócratas y republicanos tienen un compromiso inocultable : salvar a los individuos como consumidores es lo mismo que salvar a los comercios para que los industriales devuelvan a los banqueros el dinero y los intereses que les fueron prestados para absorber la vida del proletariado en la forma casi intangible de la plusvalía. Así, pues, defender a los consumidores es defender el mercado y al revés; pero en ningún caso defender al consumidor es lo mismo que defender al sujeto de derechos y en especial al que no los tiene.
Intervenir gubernamentalmente en la esfera sacrosanta del mercado que manejan a sus anchas los grandes actores de la vida privada con el argumento de salvarles equivale a hollar vergonzantemente el artículo de fe de las filosofías liberales : el mercado decide la supervivencia del más apto.
Los banqueros y los grandes comerciantes exigen desde el coro de la escena federal, -tanto por la boca de los republicanos cuanto por la de los demócratas- una cruzada nacional e internacional para rescatarles urgentemente poniendo en juego todos los recursos disponibles, públicos y privados, internos como externos, contra la debacle que su inocultable apetito especulativo ha puesto a rodar cuesta abajo por la pendiente de los mercados inmobiliario y financiero mundiales.
Los dientes más afilados en las fauces de la fiera son la inflación incontenible, que arruina el consumo y por ende a los grandes capitales del comercio, y la recesión que intencionalmente deciden los capitalistas industriales al restringir la inversión y despedir a millones de obreros para continuar operarando en las peores condiciones de la quiebra general.
Jugarse todos los fondos públicos disponibles en el mundo para rescatar de la quiebra al grupo de facinerosos que alegremente deslizaron la bola de la especulación que arrastra a todos a la quema universal de valores es irresponsable toda vez que nadie quiere revelar el monto preciso de todo lo perdido hasta hoy y lo que falta aún para no alimentar el pánico. La falta de transparencia que pone en práctica el conjunto de las instituciones públicas y privadas es el infame telón darviniano con que cubren el hedor del muerto que no puede ser salvado sino a costa de los peces pequeños del capitalismo, de las colonias de los tres continentes pobres y del proletariado mundial.
El que los candidatos se muestren en aparente discordia sobre a quién "rescatar", si a los individuos o a los mercados, hace explícito que -tras la aparente contradicción- demócratas y republicanos tienen un compromiso inocultable : salvar a los individuos como consumidores es lo mismo que salvar a los comercios para que los industriales devuelvan a los banqueros el dinero y los intereses que les fueron prestados para absorber la vida del proletariado en la forma casi intangible de la plusvalía. Así, pues, defender a los consumidores es defender el mercado y al revés; pero en ningún caso defender al consumidor es lo mismo que defender al sujeto de derechos y en especial al que no los tiene.
Las prioridades pesan en el mercado y en la política burguesa a la hora de elegir entre sus capitales y el resto. Bush y McCaín muestran la verdadera faz del orden estimando que destinar miles de millones de dólares al "rescate" de los millones de propietarios de viviendas que no pueden pagar sus deudas no tiene por qué comprometer al gobierno ni a la banca "a salvar, compensar o recompensar su irresponsabilidad", en cambio disponibles cientos de miles de millones de dólares invertidos ya por la Reserva Federal USA para intentar reflotar directamente a las instituciones bancarias preferidas, con intereses mínimos, recortes impositivos y préstamos directos y más crédito para el consumo familiar.
Esta semana, Clinton comparó a Bush y a McCaín con Hoover, llamándolos incapaces de frenar la Gran Depresión de ahora como aquél no pudo con la de 1929. En el mismo sentido, Obama ha declarado que "el libre mercado no es una licencia para coger cada uno lo que le de la gana". Es elocuente el modo en que los imperialistas deciden ser “realistas”, mientras que es ridículo el modo en que nuestros neoliberales tercermundistas son más papistas que el Papa.
Se espera que —mientras el dólar sigue cayendo, incluso por debajo del yen japonés, y las corridas bursátiles siguen asolando el mundo entero, como efecto de la quiebra financiera estadounidense- los debates seguirán siendo agrios, pero no antagónicos, aunque llegaran a ser enconados e incluso rabiosos.
Esta semana, Clinton comparó a Bush y a McCaín con Hoover, llamándolos incapaces de frenar la Gran Depresión de ahora como aquél no pudo con la de 1929. En el mismo sentido, Obama ha declarado que "el libre mercado no es una licencia para coger cada uno lo que le de la gana". Es elocuente el modo en que los imperialistas deciden ser “realistas”, mientras que es ridículo el modo en que nuestros neoliberales tercermundistas son más papistas que el Papa.
Se espera que —mientras el dólar sigue cayendo, incluso por debajo del yen japonés, y las corridas bursátiles siguen asolando el mundo entero, como efecto de la quiebra financiera estadounidense- los debates seguirán siendo agrios, pero no antagónicos, aunque llegaran a ser enconados e incluso rabiosos.
¿Cómo especular en las bolsas frente a riesgos de proporciones semejantes en lapsos tan breves, y en escenarios tan cambiantes? ¿Cómo invertir para vender cuando la capacidad de consumo se achica pese al desembolso de más préstamos y créditos para el consumo? ¿Regular o no regular la actividad bancaria? ¡ He ahí el dilema ! Demócratas y Republicanos aúllan en la banca y en la bolsa.
Como sea, todos empiezan a aceptar de a pocos que el contexto es peor de lo que estaban dispuestos a aceptar como posible; empero, la realidad de origen, la proporción de lo que se hace humo, la velocidad con la que todos son alcanzados y la complejidad abrumadora de la depresión, de la represión y de la depredación reinantes son peores de lo que jamás estaremos dispuestos a imaginar.
Como sea, todos empiezan a aceptar de a pocos que el contexto es peor de lo que estaban dispuestos a aceptar como posible; empero, la realidad de origen, la proporción de lo que se hace humo, la velocidad con la que todos son alcanzados y la complejidad abrumadora de la depresión, de la represión y de la depredación reinantes son peores de lo que jamás estaremos dispuestos a imaginar.
Pero el sonido previsible e inapelable del desplome final abrirá el ciclo de la guerra generalizada, el ocaso del imperialismo salvaje e irracional, y el advenimiento -quizá- de un mundo socialista capaz de salvar a la humanidad y a la naturaleza.
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